Juanjo Mena, dar y recibir
JOSUÈ BLANCO MAR. 4, 2020
Juanjo Mena es uno de los directores españoles con más recorrido internacional en la actualidad, tras haber pasado por la dirección de las mayores orquestas del momento visita la OBC para compartir 2 obras clave del repertorio romántico: el Concierto para violín en mi menor, Op. 64 de Mendelssohn y la Sinfonía nº 6 en La mayor de Bruckner.
Dos grandes obras representativas de lo que quiere decir esa etiqueta llamada romanticismo, pero que a la vez nos muestran dos momentos bien diferentes de ese periodo. Se podría decir que el Concierto para violín de Mendelssohn abre una nueva manera de escribir para un instrumento solista y que influirá en otros escritores posteriores abriendo nuevas libertades dentro de las estructuras clásicas, mientras que Bruckner representa el inicio del sinfonísmo del romanticismo posterior.
Mendelssohn empezó a trabajar en su concierto en el 1838 cuando el motivo principal de la obra empezó a obsesionarle, de todas maneras tardaría hasta 6 años en concluirla. Todos estos años sirvieron para madurar todos los aspectos que han hecho de este concierto uno de los más significativos y originales del siglo XIX.
El concierto es innovador en varios aspectos, sobretodo en la estructura, en el primer movimiento, Mendelssohn se distancia de la forma típica del concierto clásico de muchas maneras, como la entrada del solista casi desde el principio atacando de forma directa el motivo generador y principal de la obra, evitando la introducción orquestal clásica, otro elemento diferencial respecto al concierto clásico es la disposición de la cadencia justo después del punto climático y no al final del movimiento.
Otra novedad es la unión de los tres movimientos clásicos en forma de attaca, uniendo toda la intensidad dramática que se desprende de la propia evolución del material de la obra, incluso con el conocido motivo principal de la obra, que se ve aparecer a lo largo del resto de movimientos aunque de forma más o menos velada.
James Ehnes interpretó con facilidad y solvencia esta partitura con su ex-Marsick” Stradivarius de 1715, una obra que incluye bastantes pasajes de elaborada dificultad técnica. Tras el concierto Ehnes dedicó dos bises, la Sonata No. 3 en Re menor para violín solo de Eugen Ysaÿe y una partita de Bach.
Si bien a Mendelssohn le llevó seis años escribir su concierto para violín a Bruckner le bastaron solo dos para escribir su Sinfonía nº 6 en La mayor. Aunque Bruckner no llegó a oír la interpretación de dicha obra.
Se suele decir que el compositor austríaco tenia una gran inseguridad a la hora de presentar su trabajo al mundo, por otro lado su infatigable trabajo y la continuidad en la escritura de sus sinfonías nos cuentan que era más bien el mundo quien no estaba preparado para la música de Bruckner, siempre pendiente de las críticas musicales y de los comentarios y cambios que le señalaban los directores de orquesta.
No se puede negar que su lenguaje es singular y con una clara identidad, una dialéctica entre las rígidas estructuras y el reposo de la forma encontrado a la búsqueda de un nuevo lenguaje expresivo y pleno.
La Sexta sinfonía se encuadra bien en esta dialéctica, quizá por esto haya quedado relegado a un segundo plano, sobretodo si se compara con el éxito de su Séptima sinfonía. La Sexta es una sinfonía llena de contrastes, cosa que quizá dificulte la percepción de todos los elementos que expone y desarrolla el compositor, aun así la solidez estructural y de desarrollo de los motivos permite seguir una línea de evolución sonora. Se ha de decir que la claridad armónica que se respira en esta sinfonía ayuda a aliviar la carga de densidad de una obra que algunos han comparado con la visita a los recovecos de una gran catedral.
Juanjo Mena fue una pieza clave en la percepción de estos elementos, el vasco ha demostrado el porque de su fama fuera de nuestras puertas. Un gesto dominado pero directo, sin el exceso innecesario que en ocasiones se puede percibir en otros compañeros de profesión, solo creciendo cuando era necesario llenar la sala del sonido brillante de Bruckner. Un detalle quizá inofensivo pero que se demuestra eficaz en obras de tal dimensión y con cambios tan bruscos.
Mena conoce bien la obra, fue uno de los platos fuertes cuando visitó los Proms en el 2012 junto con el Tristan de Wagner. También volvió con Bruckner y su Misa Número 3 en Fa menor en el 2015. Conocer bien el repertorio ayuda mucho a saber escuchar y entender lo que nos quiere decir el compositor y la propia obra.
El maestro Mena reconoce sentirse parte de una “generación afortunada” que ha construido también una forma de saber llevar la música a nuestros auditorios y de comunicar la música desde el director hasta los músicos y hasta el público. Un interés de hacer viva una música que puede ser más próxima.