El turco, la gitana y Rossini
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ JUN. 15, 2023 (Fotos: ©Javier del Real)
Llega a la escena del Real “Il turco in Italia”, décimo tercera ópera de Gioachino Rossini (1792-1868) en una nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Opéra de Lyon y el New National Theatre Tokyo bajo la dirección de escena de Laurent Pelly, el cual despliega toda una fantasía cromática basada en el mundo de la fotonovela; mundo que encandila a la jovial y alocada Fiorilla, pazza como la define el poeta al inicio, cosa que resulta evidente y natural aunque el libreto nunca lo diga.
Pelly, de la mano de la escenógrafa Chantal Thomas, y con la acertada colaboración del responsable de iluminación Joël Adam, impone un mundo producto de las incipientes telenovelas de los años cincuenta del pasado siglo, de casitas de pequeñas villas norteamericanas, poco que ver con las italianas, y de marcos de viñetas en las que los personajes actúan y nos sorprenden con las ocurrencias de enredo y teatrales del poeta Prosdocimo.
(©Javier del Real)
Romani y el poeta
Felice Romani (1788-1865), del que en temporadas recientes hemos escuchado el producto de su pluma en títulos como “L’elisir d’amore”, “Il Pirata” o “La sonnambula”, es el autor del libreto. Libreto que escribe juntamente con Prosdocimo, el poeta que desde el oscuro y sentido inicio gitano cree que va escribiendo el drama que torna en comedia, pues de eso, de un dramma buffo se trata. Romani mediante su alter ego Prosdocimo aprovecha el material clásico del triángulo amoroso para crear, inventar y jugar con situaciones y escenarios que, partiendo de la desdicha, el desamor y la ambigüedad, conducen al divertimento, a la sonrisa y a la felicidad (quizás del todo conformista) que al final se impone. Y ojo con imponer la felicidad, casi nunca perdura, pero como objetivo del poeta bien le vale este final. Cerrando el círculo que se presentaba abierto en el coro inicial, en el que Zaida se lamenta de haber perdido a su amor, al que había dejado en Turquía, obviando que éste se había quedado desconsolado con su harem, al que vuelve después de conquistar de nuevo el corazón de Selim, eso sí, habiéndose hecho pasar por Fiorilla. Pérfidos espejismos de ser quien no eres y sabes que quieren que seas para estar donde quieres. La vida misma, la vida buffa.
Romani convierte el libreto en puro metateatro haciendo que la ópera vaya naciendo desde dentro y moldeándose a la voluntad del ego teatral, con el único inconveniente de la escritura rossiniana.
(©Javier del Real)
Rossini y sus voces
Rossini, que venía de escribir “Aureliano in Palmira” y anteriormente “L’italiana in Algeri”, la cual supone un lastre en ese momento para el estreno de “Il turco”, consigue el punto de comicidad justo que divierte pero que se balancea sobre el hilo de la desdicha. La del corazón triste de Zaida por su condena a muerte del mismo al que ama sin reparos, o la de esa loca y entrañable Fiorilla que ve el abismo bajo sus pies cuando cree que el divorcio es inminente. Sin duda situaciones dramáticas ligadas a la dependencia inexcusable de la mujer hacia el hombre, actitud de otra época con la que se ha dado mucho buen fruto al arte pero que en el día a día se ha de vivir como una realidad pasada sobre la que no volver, a pesar de los cantos de sirena actuales ante los que permanecer como Ulises en su odisea. Odisea la de estas mujeres ligadas al turco, una por amor y la otra por pasión, que solo puede resolverse, bajo la pluma del poeta que busca su comedia, de forma coral y buffa en un cierre rossiniano merecedor de tanto enredo y frenesí.
La amante, la romántica de telenovela en la presente producción, soñadora y pasional Fiorilla está representada a la perfección por una Lisette Oropesa, que tras la cancelación de su primera actuación, ha respondido con plenitud de facultades, a excepción -si bien de calidad innegable- de su cavatina inicial “Non si dà follia maggiore”, donde, o por ser el inicio o por la postura sobre la hamaca, hubo ciertos titubeos que pronto quedaron olvidados. Esta soprano de ascendencia cubana y nacida en la emblemática Nueva Orleans saca de sí esas raíces de su tierra y la de sus antepasados. Voz con fuerza, brillantez, calidez cuando lo necesita, sin obviar la aspereza y oscuridad cuando el drama lo precisa. La mezzosoprano italiana Paola Gardina da vida a la otra gran protagonista de este dramma buffo, la gitana, injuriada primero y amada después, Zaida. Hacía una década que no se escuchaba a esta mezzo en el coliseo madrileño y visto los resultados, no e debería esperar otros diez años en volverá a escucharla. El carácter nostálgico, mesto, afligido y casi sumiso del personaje, encaja con el instrumento de Paola Gardina como dos piezas de engranaje sin que oscurezcan aquellos fragmentos que siguen al “seguitemi in Turchia, là mia sposa vi farò” del quinteto de la escena decimosegunda del acto II, o la sorpresa y enfrentamiento de dos aves de corral en la escena decimoséptima del final del acto I frente a Fiorilla. Qué sería de Zaida sin su muleta, apoyo continuo desde que huyó del serrallo turco, Albazar, aquí escenificado por el tenor cordobés Pablo García-López, con un buen notable no solo en la dicha escenificación sino en la voz limpia, templada y con carácter que luce este cordobés, demostrando -de la mano del autor de Pésaro- que no hay personajes secundarios de segunda, cosa a las que nos tiene acostumbrados el joven tenor en sus apariciones en el Teatro Real. El protagonista de la fotonovela, el turco Selim, precisa de un intérprete de voz clara pero rotunda, precisa y jocosa, lo que estuvo planamente logrado por el bajo barítono italiano Alex Esposito. De afable carácter, don Geronio, el marido de dudoso estado, a través de la voz y el cuerpo del barítono georgiano Misha Kiria, resulta un personaje simpático y bien representado escénicamente, de voz templada y sentida, bien adaptada a las indicaciones que el poeta Prosdocimo le dicta e inocula. Fue el barítono francés Florian Sempey el que condujo, impecable en la voz y preciso y divertido en la acción, los avatares, dichas y desdichas de esta ópera que, con permiso de Felice Romani, inventa divirtiéndonos con sus ocurrencias para conseguir de la vida de sus vecinos el mejor texto que a él le conviene. Dejo para el final al amante escondido de Fiorilla, don Narciso, al que representa el tenor uruguayo Edgardo Rocha, que en lo escénico estaba en su sitio, pero en lo vocal no tuvo su noche, en la que aún se dibujaba en el aire el lirismo por el que se le conoce, pero del que no fue capaz de ofrecer más que en una voz apagada y de poca proyección, dentro del plantel de compañeros en el que se encontraba.
De justicia es señalar que todos ellos realizaron un satisfactorio trabajo en la complicada escenografía (bailes, gags, marcos luminosos, escenarios móviles, etc) que Laurent Pelly nos ha brindado.
(©Javier del Real)
Coro y Orquesta
Bajo la precisa dirección de Giacomo Sagripanti (del que mejor no traducir el apellido) la Orquesta Titular del Coliseo realizó una lectura sin excesos ni languideces, bien empastada con las voces, acentuando los dos pilares de la partitura: dramma/buffo. Contribuye al éxito de la noche el siempre brillante Coro Titular bajo la preparación y dirección de Andrés Máspero, tan querido en estos lares.