(Photo by Oberholster Venita)

By XOSÉ AVIÑOA     DIC. 14, 2016

Algo tan presente y permanente en la historia de la profesión musical y, paradójicamente, algo tan poco apreciado como la docencia musical merece una reflexión.

Únicamente los músicos que tienen una potente carrera artística detrás o quienes comparten la creación o la interpretación musicales con otro oficio o negocio que les proporciona seguridad económica se pueden permitir el lujo de prescindir de la docencia. Parece como si la atención a los alumnos y alumnas, como el pincel en el caso del pintor, manchase la elegancia y arcadia en la que se debe mover la actividad musical. Y no es así. Y no recurro al engañoso argumento de que la docencia prepara a las futuras generaciones para actividades solemnes sino al más modesto camino que recorren los numerosos aficionados a la música que, en el peor de los casos, abandonarán a medio andar.

Disponer durante algún tiempo de la posibilidad de acercar al aspirante al mundo de los sonidos, abrir el camino a la sensibilidad auditiva, contribuir a pulirla y orientarla y despertar interés en el conocimiento de un mundo habitualmente arcano para muchos, es una experiencia nada desdeñable y que debiera gozar de mejor salud social.