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Música, Arte Y Cultura

Música, arte y cultura

(Photo by Nino Carè)

DIEGO CIVILOTTI     FEB. 2, 2017

Recordando que Arthur Rubinstein no tenía amigos pianistas porque el único libro que tenían en su casa era la guía telefónica, Daniel Barenboim afirmaba recientemente que en la Barenboim-Said Akademie de Berlín fundada en 2012 los alumnos de música estudian también filosofía, para contrarrestar una carencia que por cierto al contrario también sucede: nadie que pertenezca al mundo académico o intelectual fuera de la música muestra vergüenza por no haber escuchado ni un compás de Claudio Monteverdi o Modest Mussorgsky, ni saber lo que ha sucedido en la música en los últimos cien años, pero sí por no conocer la aportación de un Joyce, un Kandinsky, un Bergman.

Desde la perspectiva musical actual, en ocasiones se critica la falta de madurez o lectura superficial en intérpretes jóvenes, prodigiosos, que hoy en día reciben atención mediática. El intérprete es un artista, y como tal debe tener una visión aguda, crítica y profunda del material con el que trabaja y también del mundo en el que vive, donde la obra o la partitura no es más que un horizonte en el que debe fundir el suyo. Pero ¿hasta qué punto este horizonte intelectual y cultural es hoy a veces pequeño o inexistente, no sólo en intérpretes sino también en algunos compositores?

En la Barenboim-Said Akademie los músicos leen filosofía. Pero desde la perspectiva contraria, si hay un fenómeno ante el cual la filosofía occidental ha mostrado su perplejidad ese es el de la música. Y sin embargo, la recepción crítica de la segunda se ha nutrido de la primera. La historia es larga pero si acudimos a un momento que lo ejemplifique, debemos ir a un momento fundacional de la estética moderna: Kant. Es conocida la poca consideración que mantenía hacia la música como lenguaje artístico –basta con rastrear algunas páginas de su Crítica del juicio–. Y pese a ello, el filósofo abrió la puerta a situar el arte musical en un lugar privilegiado: la belleza libre como la de la música, es la belleza de los objetos que no se encuentran bajo ningún concepto determinado, y sólo se pueden juzgar de acuerdo a la forma, “son bellezas libres”. Hasta la última de sus críticas, Kant dibujó magistralmente un horizonte que invitaba a desafiarlo y atravesarlo. Del mismo modo, sus dudas acerca de la música abrieron rendijas intelectuales y creativas: por ellas se deslizaron numerosas iniciativas, hasta desembocar en la fractura epistemológica de finales del XIX que dio lugar a las vanguardias. El compositor entonces calló sobre sí mismo para que hablara la cosa, la obra. Pero como todo artista que emprende una lucha contra fuerzas históricas establecidas, tenía una robusta máscara estética de origen kantiano para hacerlo, junto al rostro que toda obra constituye. En el caso de todos los creadores desde el XIX, en la medida en que eran herederos de una tradición intelectual que arranca en Kant, la estética fue decisiva para el desarrollo de su obra y prolongación generacional. Todo ello alimentó discursos y escuelas a lo largo del siglo pasado, herederas de una fuerte consciencia histórica, con todas sus luces, sombras y malentendidos.

Si bien el compositor se ha dedicado cada vez más a escribir, consolidando una rica trayectoria teórica y literaria hasta hoy, se trata de un creador, no de un filósofo de escuela; desata formas simbólicas y performativas que no pretende controlar en términos absolutos, como todo artista. Y su máscara filosófica se forja en el siempre frustrado intento de explicar lo inexplicable. Pero la estética musical no es un mero epifenómeno del fenómeno musical. Nuestra crisis lingüística, moral y espiritual, que ha renunciado a las narraciones históricas sobre el arte en ocasiones celebrándolo, tiene notables semejanzas con otros períodos críticos. Sólo se ha agravado la reproducción de una hipertrofia: la estetización constante del mundo que termina desembocando en una constante anestesia aniquiladora de una experiencia estética que remueva y conmocione. Necesitamos la música. Pero necesitamos también la filosofía, la estética y la crítica sin condicionantes como antídoto: lo que se propone practicar Press Music en estas páginas. Es decir, necesitamos ponernos la máscara de nuevo. Sin ella, resplandecerá una calavera estéril.

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