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¿La Verdad Al Oído?

¿La verdad al oído?

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     ENE. 5, 2025

Era una noche de invierno, con las luces de Barcelona reflejándose en los charcos de la acera. Marta había tenido un día interminable. Reuniones sin rumbo, un atasco monumental y esa sensación de estar atrapada en una vida que parecía avanzar demasiado rápido, aunque sin moverse a ningún lado. Se subió al tranvía con los puestos de auriculares, buscando en su aplicación de podcasts algo que la desconectara del caos. Lo encontré: una voz cálida y cadenciosa que prometía desentrañar “la conspiración detrás de los medicamentos que nadie quiere que conozcas”. Marta cerró los ojos y dejó que la narración la transportara.

Huelga decir que la historia estaba impecablemente contada. Personajes con nombres y apellidos, citas de documentos supuestamente clasificados, testimonios conmovedores de personas “valientes” que se habían atrevido a hablar. Cuando Marta llegó a casa, la voz aún resonaba en su cabeza. Había algo en esa narración que se sentía más auténtica que las noticias de la televisión. “Esto es lo que deberían estar contando los periodistas”, pensó mientras enviaba el enlace del episodio a su grupo de WhatsApp. 

Ese momento, aparentemente trivial, refleja una tendencia más amplia: cómo los podcasts han transformado nuestra relación con la verdad. Según un estudio reciente, casi el 60% de los oyentes regulares confiesan que confían más en las historias narradas en este formato que en los medios tradicionales. ¿Por qué? Quizás porque, en un mundo donde la información fluye a un ritmo vertiginoso, los podcasts ofrecen algo que parece raro y valioso.

Los podcasts son, en esencia, un susurro al oído. Mientras caminamos al trabajo o lavamos los platos, nos convertimos en confiados involuntarios de voces que parecen hablar solo para nosotros. Este acto de escucha, tan personal y directo, crea un vínculo emocional que difícilmente encontramos al leer titulares o mirar una pantalla.

Sin embargo, esta intimidación puede ser peligrosa. La historia que escuchó Marta, por ejemplo, resultó ser, al menos en parte, ficticia. Las fuentes citadas eran inexistentes y los “documentos clasificados” no eran más que conjeturas envueltas en un lenguaje técnico. Pero el daño ya estaba hecho. Al igual que Marta, miles de oyentes compartieron el episodio, convencidos de haber descubierto una verdad oculta.

El problema no radica únicamente en la desinformación, sino en cómo esta se empaqueta. Los podcasts, con su habilidad para mezclar narración emocional, ritmo perfecto y una pizca de misterio, son el medio ideal para captar nuestra atención y, a veces, manipularla. Es la misma fórmula que hace que un buen thriller nos deje pegados al asiento del cine, pero aquí, en lugar de entretenimiento, se trata de nuestras creencias.

Por supuesto, los podcasts no son inherentemente peligrosos. De hecho, su impacto positivo es innegable. Han dado voz a comunidades marginadas, contado historias olvidadas y ofrecido un espacio para el análisis profundo en una era de fragmentos virales. Proyectos como Serial o The Daily han demostrado que la verdad, bien contada, puede ser tan poderosa como cualquier ficción, conectando a los oyentes con realidades complejas y matizadas que muchas veces escapan a los titulares tradicionales. Su capacidad para informar y educar, cuando se usa con integridad, es una herramienta transformadora.

El desafío está en la relación que construimos con este formato. Un podcast no deja de ser un producto moldeado por la perspectiva de quien lo crea. La responsabilidad recae tanto en los narradores, que deben esforzarse por la precisión y la ética, como en los oyentes, que debemos aprender a filtrar lo que escuchamos con una mirada crítica.

Marta, al descubrir que su episodio favorito era más invención que realidad, sintió una mezcla de vergüenza y enfado. Pero también aprendió algo importante. Desde entonces, antes de aceptar una historia como verdad, se pregunta: ¿Quién está detrás de este relato? ¿Qué gana esta persona al contarme esto?

El podcasting, como cualquier medio, es un reflejo de quienes lo crean y lo consumen. Al final, no se trata de apagar las voces, sino de escucharlas con atención. Porque, aunque la verdad puede no ser tan emocionante como la ficción, tiene algo que ninguna historia inventada puede ofrecer: perdura.

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