Amor y muerte
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ FEB. 23, 2020
Desde el 12 al 28 de febrero se pone en pie en el Teatro Real las 9 representaciones de Die Walkürede Richard Wagner (1813-1883). Primera de las tres jornadas que siguen al prólogo de El oro del Ríny conforman la tetralogía por excelencia: El anillo del Nibelungo. Y posiblemente ante la jornada musicalmente más redonda de todo el ciclo. Die Walküre se construye sobre sobre un constante fluir armónico sin fin que maneja la tensión del drama impecablemente con el uso de los leitmotiv wagnerianos transformados en cada momento acorde a su acción dramática. Cada uno de los tres actos de La Valquiria es una obra redonda en sí misma que hace que las más de 4 horas que dura la representación no pesen sino que se suspendan dentro de la propia ópera, la cual reinventa el tiempo; el tiempo físico se transforma en tiempo metafísico.
Carsen-Voss-Kinmonth
Con esta primera jornada empezamos a entender algunos de los elementos que Robert Carsen enunciara en Der Rheingoldcomo la nevada que insistentemente cae sobre el escenario enlazando el primer acto de ahora con el final de la pasada temporada y que sirve para resolver, pienso que acertadamente, al final del primer acto ante uno de los dúos de amor más largos escritos, la escena en luz, luz sobre el fresno que custodia a Notung la legendaria espada que Wälse, disfrazado de anciano pero con porte de dios, como Wotan que es, hunde en el árbol para desesperación de aspirantes frustrados. Espada que hace héroe a Sigmund y visible ante Sieglinde como hermana y novia. Nieve que desaparece ante la entrada de la primavera anunciada por 6 arpas y hace surgir a la luz a los dos hermanos reencontrados después de toda una vida, en lo que tiene mucho que ver la iluminación de Manfred Voss. Primavera que desaparecerá pronto al comienzo del segundo acto, dividido entre el Valhalla y el campo de batalla entre Siegmund y Hunding, donde el único atrezo será un desguazado vehículo militar que servirá de cobijo a los hermanos en su huida del hogar de Hunding. Carsen y el escenógrafo Patrick Kinmonth conducen con acierto la escena, a pesar de ciertos detalles histriónicos como el empeño en colocar armas de fuego donde el libreto no las pone (no olidemos que las armas de fuego eran habituales en tiempos de Richard Wagner y si no quiso incluirlas en La Valquiria –él escribía el libreto- no viene a cuento traerlas), o vestir a las hijas de Wotan como ninfas cuando son experimentadas guerreras o dejar a ras de suelo el ara penitenciario de Brünnhilde de su atroz castigo, perdiendo toda perspectiva al final de la ópera junto al mechero del dios padre.
La valquiria
La historia de La Valquiriano es nueva, es la eterna pugna entre el amor y el poder, para disfrutar de uno hay que renunciar al otro, indefectiblemente y sin remedio. Siegmund, sin saber que es hijo de Wotan, renuncia al Valhalla para morir junto a su amada, novia y hermana, Sieglinde, la cual huye de su marido al cual se unió fruto del rapto de su niñez; Fricka, diosa del matrimonio, hace cambiar de criterio a Wotan para que actúe según la ley de los dioses y obliga a dejar morir a su hijo, eligiendo el padre de los dioses el mantenimiento del poder al amor sobre la injusticia y así se lo ordena a su hija Brünnhilde la cual no acepta el viraje de su padre, del que hasta ahora ha sido brazo ejecutor de su voluntad, y desobedecerá la orden de dejar morir a Siegmund, lo que la transforma en la auténtica representación del paradigma de esta ópera, la valquiria admira la grandeza de la naturaleza humana en la que las debilidades son más fuertes y provocan mayores uniones que la eternidad tambaleante del poder, basado en la relación del siervo y el esclavo con su amo. El amor fraternal del dios supremo no impedirá que, por mantener la casta de los dioses, éste castigue a su hija a un sueño eterno hasta que un hombre tome su virginidad. Se ve que los infiernos de cualquier dios son igual de insufribles para los que osan incumplir sus preceptos.
El reparto
Drama y tensión son dignamente ofrecidos por el reparto que el pasado día 18 pudimos escuchar, correspondiente al segundo de los dispuestos para las representaciones. En lo vocal pudimos escuchar una muy loable interpretación de los tres personajes del primer acto, un Siegmund al que da vida el tenor Christopher Ventris, al que tuve la fortuna de escuchar hace ya 20 años, en este mismo coliseo, en el papel de Serguéi en una inolvidable Lady Macbeth de Mtsensk, de Dmitri Shostakovich (1906-1975) dirigida por Mstislav Rostropovich, se nos ofrece con generosidad y entrega, línea de canto amplia muy aplaudida en general. Un Ain Anger, bajo estonio, en el papel de Hunding con buenos resultado tímbricos pero con no suficiente volumen en algún momento que los metales borraban el protagonismo de las voces. Siegliende es Sieglinde. Elisabet Strid, la soprano sueca que ya ha interpretado numerosos papeles wagnerianos, incluido el de hoy con la Deutsche Oper de Berlin y con la Ópera de Gotemburgo, hizo una acertadísima interpretación, con cuerpo, timbre seguro y modulaciones limpias y expresivas. Un placer su escucha. Ya en el segundo acto se desarrolla la doble pareja de Wotan y Brünnhilde, dando paso ésta a Fricka, a la cual dio vida la mezzo alemana Daniela Sindram, buen registro, tintes dramáticos tanto vocales como escénicos, pero de voz poco honda, cosa que se agrava en el Wotan del bajo barítono James Rutherford, que si bien tiene un registro grave en el que se mueve cómodamente es escaso en potencia y proyección, siendo inaudible en múltiples ocasiones, lo cual quebranta el desarrollo dramático musical. Quizás habría que cuidar más el volumen orquestal en base a las voces sobre las tablas. La Brünnhilde de la soprano alemana Ricarda Merbeth se mueve bien en el registro agudo, faltándole consistencia en el resto, con algún momento tendente al grito, pero con secuencias líricas bien dibujadas como el final del último acto. Mencionar al grupo de valquirias, las cuales más que guerreras parecían vírgenes vestales, lo que tampoco está muy descaminado si pensamos en la custodia del fuego eterno que finalmente llevará Brünnhilde. Destacar de ellas la voz de la soprano Daniela Köhler y el buen resultado vocal del grupo.
La lectura de Pablo Heras-Casado es segura y con criterio, alcanzando en algunos fragmentos la excelencia wagneriana que se espera, sabe destacar las voces de los instrumentos sobre el tutti cuando así lo requiere el discurso lírico, como los diálogos entrelazados de corno inglés, oboe, fagot, clarinete y clarinete bajo que moldean la línea dibujada por los leitmotv wagnerianos. La Orquesta Titular del Teatro Real sonó con brillantez. No obstante conviene cuidar la brillantez cuando se convierte en potencia, fundamentalmente por los metales, que en esta ocasión incluían la presencia de dos cimbassos, ya que no son pocas las ocasiones que algunas de las voces desaparecen bajo la masa orquestal. Esperable si se tiene en cuenta que tanto Siegmund, como Sieglinde, como Wotan y Brünnhilde tienen escenas largas y profundas de donde es difícil no resentirse tras 4 horas en el escenario.
En definitiva, buen resultado de la primera jornada de esta tetralogía, aprendida de la experiencia del prólogo que nos hace prever un Siegfridde calidad, el cual esperamos suspendidos en el tiempo metafísico, que falta le hace a esta sociedad, con el que Die Walkürenos ha oxigenado.