Berlín ama a Kirill Petrenko
By ISRAEL DAVID MARTINEZ AGO. 24, 2018
Aplausos y más aplausos. Ese podría ser el resumen del esperado concierto inaugural de la temporada, 18/19, de la Berliner Philharmoniker dirigida por su flamante, y esperado, director titular Kirill Petrenko. En el programa dos poemas sinfónicos de Richard Strauss y la Sinfonía nº 7 de L.V. Beethoven.
La velada comenzó, a las siete y tres minutos de la tarde, con el Don Juan, op. 20. Obra que Strauss firma con tan solo 24 años, basada en un poema de Nikolaus Lenau, está instrumentada con maestría y llamó la atención del respetable desde su estreno el 11 de Noviembre de 1889 en Weimar. En el caso que nos ocupa, la Berliner Philarmoniker se activó de una manera un tanto atropellada, no obstante, mantuvo una lectura dinámica y espontánea. Se ha de reconocer que no existe, en el mundo, una sección de cuerdas que pueda hacer sombra a los alemanes. Tras quitarle cinco minutos a la duración habitual, debido a la rapidez de los tempos –característica obsesiva en Petrenko–, llegó el turno de Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración), Op. 24. Aquí el maestro brindó una recreación sumamente operística. Buscó, y encontró, numerosos contrastes rítmicos y dinámicos. Si en la primera obra del programa se observaron numerosos asientos vacíos, éstos, fueron ocupados antes de empezar la segunda por el público remolón.
Beethoven
Tras un descanso extremadamente holgado, más de 30 minutos, llegó la esperada segunda parte. En la misma, una única obra firmada por un compositor que aparecerá asiduamente hasta la conmemoración de su nacimiento en el año 2020. Aquí, Petrenko, inició la lectura de la Séptima Sinfonía de Beethoven en La Mayor, op. 92, de una manera más contenida, más reflexiva. Sorprendió positivamente que no hiciera pausa alguna entre los dos primeros ni entre los dos últimos movimientos. Centrándonos en cada uno de ellos hay que comentar que el Poco sostenuto -Vivace terminó de manera brillante, espectacular. El Allegretto, como era de suponer, se llevó a una velocidad exageradamente rápida, otra vez marca de la casa, y resultó poco profundo, nada poético. El tercer movimiento, Presto, un Scherzo con forma ternaria, resultó eterno e insufrible. Cualquier director que pretenda realizar todas las repeticiones que constan en la partitura, y que solamente evocan convenciones de la época, se le debería prohibir, de por vida, coger una batuta. El último movimiento, Allegro con brio, fue de infarto. La orquesta mostró un virtuosismo extremo. Escalofriante.
Triunfo del ruso
El público en pié, tras la finalización del concierto, aplaudió, exactamente, durante seis minutos. La orquesta se retiró del escenario y, debido a la insistencia del respetable, Petrenko tuvo que aparecer para recibir, él solo, los últimos aplausos. El nuevo director de la Berliner Philharmoniker se ha metido en el bolsillo, con lecturas dinámicas, espontáneas, vigorosas y sorprendentes, a toda la audiencia de la Philharmonie. Para el que escribe resulta muy atractivo ese aire fresco que se aporta a la orquesta, no obstante, me sublevan ciertas maneras del ruso y que, tras un sucinto examen, se podrían resumir de la siguiente manera : la “marioneta en descanso” (cuando la orquesta se queda en silencio), el “truco de la batuta” (cuando cambia incisivamente la batuta entre las manos), el “meneo hipnótico de cintura” (cuando hay diálogo entre instrumentos melódicos, por ejemplo entre la flauta y el oboe) y el “aleteo del colibrí” (cuando… no lo sé… creo que cuando la orquesta ha de incrementar el matíz).
Kirill Petrenko, hablando en serio, con esa mirada vivaracha e inusual, promete un camino divertido, e intenso, para la mejor orquesta del planeta.
Resumiendo, ahora sí, Berlín se rinde ante Petrenko. Yo también.