Con respe(c)to a la música
(Photo bu Harald Hoffmann)
By PAULA SANCHEZ LAHOZ FEB. 16, 2017
Control, equilibrio, pasión, fuerza… pero sobre todo, respeto. Respeto es la palabra que, a mi parecer, mejor sintentiza el concierto del Trio Hecker, Hagner y Helmchen.
Respeto mútuo. Ninguno de los tres fue más que el resto. Los tres componentes del trío tuvieron su momento, y supieron respetarse. En la primera obra, el Trío núm. 2 en Sol Mayor Op.1 de Ludwig Van Beethoven, pudo parecer que el cello carecía de sonido, pues era difícil percibir la línea que construía de forma independiente a las melodías del violín y al susurro del piano. Pero no fue por otra razón que por el sonido que consiguieron, que de tan homogéneo pasó a ser una única amalgama. En un Beethoven tan joven y clásico, despuntaron el contraste, la fuerza, el espíritu y el color, donde Hagner consiguió un ambiente delicado y sutil, de perfil elegante e intuitivo. Y otra vez el respeto, cada músico honesto con el papel a interpretar en cada obra, que quizás fue lo que dio lugar a la confusión inicial de la voz de un cello poco reluciente, pero en realidad tan bien entendida.
Con el Allegro del Trío núm. 2 en Do Mayor Op.87 de Johannes Brahms, probaron que el atrevido comienzo a la octava de violín y cello no suponía ningún obstáculo para conquistar una admirable interpretación. Si bien en Beethoven el cello no pudo exhibir todas sus posibilidades, con Brahms, Hecker presumió de su extraordinario sonido, su potencia y su musicalidad. En el Scherzo, la complicidad se volvió incuestionable y Helmchen desplegó unos arpegios limpios y brillantes que proyectaron un Poco meno presto emotivo y vehemente.
El Trío en Mi menor Op.90 de Antonín Dvorák fue una última muestra de respeto, en este caso a las Dumky. El término dumka, diminutivo de dumy o duma, define unas baladas populares ucranianas de naturaleza lenta y épica, desde la melancolía a la euforia, que Dvorák introdujo en la música clásica. Así pues, esta obra es una recopilación de seis Dumky que los tres artistas supieron llevar a su máximo exponente. Del lamento introspectivo a la luz de una tarde con un horizonte de rayos crepusculares. Del ppp al ff.
Un espléndido trayecto para evadirse de cualquier realidad, que sedujo hasta al más exigente y sació todo apetito con satisfacción.
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