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Ex Shapiro 1727

Ex Shapiro 1727

By GRISELDA BALLESTER     OCT. 7, 2017

El segundo concierto de esta temporada de la OBC fue emocionante, transnacional y evocador. Aún siendo la última sesión, el Auditori de Barcelona estaba considerablemente completo y el público gratamente entregado. Visto el repertorio que se presentó, no es de extrañar.

La primera parte fue protagonizada por el violonchelista Daniel Müller-Schott quien colaboraba con la OBC por primera vez; ofreció el Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor del compositor británico Edward Elgar, una obra muy personal y por consiguiente, maravillosamente emotiva. El violonchelo de Müller-Schott, un Ex Shapiro veneciano de 1727 presentó una interpretación de la obra maestra de Elgar con un sonido realmente aterciopelado: íntimo y lírico. Uno de los detalles que llamó la atención fue la actitud comunicativa que ofrecía el violonchelista solista hacia los músicos compañeros de la orquesta: su interpretación se acompañaba de miradas y gestos de complicidad; esta actitud culminó en el cuarto movimiento del concierto, el intenso Allegro en el que reaparecen motivos anteriores, en que el solista interpreta la melodía principal con la sección de violonchelos de la orquesta: con la mirada y la consciencia de crear música en conjunto, el resultado final era explosivo. El concierto de Elgar es actualmente un imprescindible de la música clásica inglesa y de las grandes obras para violonchelo: Müller-Schott ha escrito su nombre entre los grandes intérpretes de esta pieza maestra como Pau Casals o Jacqueline Du Pré.

Elgar compuso el Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor entre 1918 y 1919, justo después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y curiosamente la segunda obra ofrecida en el Auditori fue creada durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): aquí recae el factor más emocional de las obras presentadas, que fueron concebidas en un período de conflicto. Así entonces la segunda parte fue protagonizada por los americanos: Aaron Copland por un lado, compositor de la Sinfonía nº 3 y Andrew Grams por otro, director invitado de esta ocasión. La sinfonía de Copland sorprendió: la amplitud de la orquestación ofrecía una mayor riqueza de texturas y colores; chocaba la presencia de dos arpas, el piano y varios instrumentos de percusión que requerían de la interpretación de seis percusionistas. El último movimiento, Molto deliberato-Allegro risoluto que empieza con la conocida Fanfarria para el hombre común destacó por sus contrastes en que en los momentos más brillantes despuntaba la actuación de la sección de viento metal, que fue generosamente aclamada durante los aplausos finales.

Un concierto gozado, por aquellos que lo escuchaban, por aquellos que lo interpretaban, por aquel que lo dirigía y por todos que los vivimos con todo el cuerpo.

Tel. 932-479-300, auditori.cat

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