«¡Condenado trompista!» R(evolución) o muerte
© Marcel van den Broek
A tan solo una semana de finalizar el Festival Beethoven250, la OBC nos presentó dos de las obras clave del compositor alemán: el Concierto para violín y orquesta en Re mayor y la Sinfonía núm. 3 en Mi bemol mayor.
Pasaban 5 minutos de cortesía de las once de la mañana en un Auditori más que repleto cuando salió al escenario una jovencísima María Dueñas seguida del director Jan Willem de Vriend, la violinista granadina visitaba por primera vez, a sus 17 años, la sede de la OBC para interpretar uno de los conciertos para violín más tocados por todo tipo de violinistas.
Escrito en 1806, el Concierto para violín y orquesta en Re mayor es una de las obras concertantes más conocidas de Beethoven, escrita poco después del Triple concierto, obra que pudimos escuchar la semana pasada, en este concierto Beethoven resume y expone su habilidad con un instrumento complejo y con muchas facetas sonoras como es el violín, el compositor había ganado toda esta experiencia en contacto con Franz Clement, gran violinista del momento y amigo de Beethoven, quien le había asesorado en la composición de obras anteriores.
Todos estos elementos configuran una obra madura y que armoniza complejidad técnica y virtuosismo con el lirismo y la búsqueda de nuevos recursos tan propios en el lenguaje de Beethoven.
Un caso paradigmático lo encontramos en el motivo inicial del timpani, que se irá desarrollando en el avance de la obra, vertebrando de forma uniforme un primer movimiento de casi 25 minutos, un simple motivo cuya originalidad puede sorprender en el contexto formal del concierto clásico, que se respira en la forma, la construcción y el desarrollo de la forma.
El segundo movimiento muestra un Beethoven menos dramático, cualitativamente suave, sereno y lírico que se enlaza con un tercer y último movimiento, de gran dificultad técnica, que utiliza un motivo más simple que irá apareciendo y variando siguiendo la forma de rondó.
Que decir sobre la interpretación de María Dueñas, sonido limpio, directo y claro, traspasando con facilidad el tutti de la orquesta, también es cierto que el genio de Beethoven facilitan el contraste entre la orquesta y el solista, de todas maneras la joven violinista afrontó todos los posibles problemas tanto de contrastes, dinámicas o incluso tempos de forma natural y elegante. La insistencia del público en sus ovaciones fue recompensada con el Allegro Assai de Bach a forma de Bis. Tocará estar al tanto de los próximos pasos de la granadina.
Si bien en el Concierto para violín y orquesta en Re mayor ya podemos observar contrastes claros en la expresión del lenguaje de Beethoven que nos invitan a hablar de un incipiente romanticismo, esto queda más que a la luz en su Sinfonía núm. 3 en Mi bemol mayor.
Parece ser que a partir de esta tercera sinfonía Beethoven se empieza a deshacer de los lazos tanto de la estructura como los comportamientos armónicos o incluso la instrumentación clásicas, la herencia de Mozart, y sobretodo Haydn, con la que el compositor había crecido musicalmente. De la reflexión y maduración de este Beethoven nacerán toda una serie de cambios en la forma de entender y componer música y que pondrá a Beethoven, ya hasta nuestros días, como el iniciador de una revolución musical clave en la historia de la música. Casi todos los compositores vivirán a la estela de esta revolución, bien poniendo a Beethoven como el límite del ideal del artista romántico, imposible de superar, o como el iniciador de un camino en cambio y mutación constantes. En palabras de T. Adorno: la modernidad en la obra de Beethoven cuanto a que la música está construida no solo con conciencia de su posicionamiento histórico, sino incluso con voluntad de transformarlo.
En esta idea el propio compositor había puesto sus ojos en la revolución francesa y en Napoleón Bonaparte, en quien había encarnado este proceso que él admiraba y encontraba necesario. Esto le llevó a nombrar a esta sinfonía, en un primer momento, como Sinfonía Bonaparte. La entronización de Napoleón y la posterior expansión militar desilusionaron al compositor en la visión de un salvador del “libertador” de Europa, haciendo cambiar el sobrenombre de la obra a Heroica, en referencia ahora a un ideal, un héroe no existente, el espíritu del heroísmo.
Todos estos aspectos quedan plasmados en la partitura, tanto en la introducción de nuevas ideas y formulas compositivas como en el carácter general de la obra.
Es un ejemplo la introducción del primer movimiento, tras tres potentes acordes de la tonalidad principal Beethoven introduce el tema principal fácilmente reconocible, además el compositor introducirá finalmente un tercer motivo en el tejido tímbrico y contrapuntístico de la obra, anticipándose de esta manera a grandes sinfonístas románticos posteriores.
El segundo movimiento constituye una marcha fúnebre en Do menor, tonalidad enormemente significativa en la música de Beethoven (la misma que la de la Quinta Sinfonía o de la obertura Coriolano)
Luego viene un agitado Scherzo donde Beethoven utiliza un trío de trompas cubriendo de esta manera el trío clásico de una manera y sonoridad nuevas con la llamada de trompas, un elemento que luego se hará típico y casi recurrente en las sinfonías románticas alemanas. Haciendo honor al scherzo, es el más altivo de los movimientos y también el más conocido, de gran dificultad para las trompas, quienes desempeñan un papel clave a lo largo de la obra, contando con los solos de primer y segundo trompa. Se ha de decir que los tres trompistas de la OBC dieron la talla en una obra clave en el repertorio del instrumento, quizá saturando un poco el sonido de la orquesta en algunos momentos pero siempre aportando el tradicional sonido cálido y brillante del instrumento.
Hablando de trompistas no podríamos olvidar la anécdota que nos cuenta Ferdinand Ries, alumno de Beethoven sobre el estreno de la obra haciendo referencia a una entrada anticipada de la trompa en el primer movimiento, haciendo sonar el motivo de la reexposición antes del resto de la orquesta:
«El estreno de la sinfonía fue terrible, pero el trompista hizo bien lo que tenía que hacer. Yo estaba sentado cerca a Beethoven y, creyendo que había entrado mal, le dije: «¡Condenado trompista! ¿Acaso no sabéis contar? Esto suena espantosamente mal». Pensé que mis oídos se iban a desencajar. Beethoven no me lo perdonó durante mucho tiempo».
Sin duda la Tercera Sinfonía sigue siendo un golpe de aire fresco, un referente para compositores, intérpretes y melómanos, con material suficiente como para seguir sorprendiéndonos audición tras audición. Gracias a de Vriend por otra velada de alto nivel con las emociones a flor de piel.