Del asombro a la diversión
CARLOS GARCIA RECHE FEB. 31, 2019
Ibercamera desplegó este miércoles 29 de enero gran parte de su mejor arsenal sinfónico de la temporada para empezar el año a lo grande. La prestigiosa Orquesta Sinfónica de Radio de Frankfurt repetía por tercera vez con Ibercamera, dirigida por su director Andrés Orozco-Estrada quien desde 2014 mantiene a la formación alemana en una magnífica forma cosechando una excelente reputación por todo el mundo y especialmente por Asia. Del lejano oriente proviene el protagonista de ese miércoles, una de las revelaciones violinísticas del panorama internacional, el japonés Fumiaki Miura, quien desde su debut camerístico en terreno barcelonés, con la Kreutzer de Beethoven, no ha hecho más superarse si cabe durante su gira por las diferentes ciudades españolas. El miércoles se coronó con el vertiginoso Concierto para violín en re mayor, op. 35 de Chaikovsky que ofreció en L’Auditori. Conocidas son las anécdotas que rodean la composición de este exigentísimo concierto, uno de los más populares e idiosincráticos del repertorio. El violinista al cual Chaikovsky dedicaría la obra, Leopold Auer rechazó el estreno en 1879 por considerarlo intocable, y tuvo que esperar hasta diciembre de 1881 para que Adolf Brodsky (el que finalmente figuraría en la dedicatoria) lo estrenara solventemente, lo que por otro lado, no consiguió evitar la dureza de la crítica conservadora y formalista del momento.
Miura pudo haberla interpretado para Chaikovsky tal como hizo la pasada tarde en L’Auditori, con su habitual ropa holgada y presencia distendida, más directa y menos empalagosa que otras interpretaciones. El japonés exprimió todo el jugo a su Stradivarius (parecido al que sostuvo Brodsky durante las últimas interpretaciones de este concierto) arrancando un timbre cálido y soberano a lo largo de los pasajes de doble cuerda y los innumerables arpegios y escalas que recorren la partitura ante el asombro de los asistentes. El solista superó sin despeinarse cada reto técnico de la cadenza con determinación, desde las sextas cromáticas descendentes o los armónicos estratosféricos, hasta el virtuosísimo final para deleite del público. Le siguió un segundo movimiento lleno de delicadeza donde el vibrato candente de su izquierda protagonizó el discurso de la canzonetta. Con el brío del Finale volvió el espectáculo a los oyentes, combinando la rugosidad de los motivos grotescos con la melosidad de los finales de frase. Todo ello sin olvidar el atlético show de virtuosismo, velocidad y precisión que no envidia en absoluto al primer movimiento. El nipón acabó su recital con un bis del Allegro de la Sonata nº2 en la menor, BWV 1003 de J. S. Bach, obviamente, “a la moderna” pero con el encanto del vibrato y el sonido de su instrumento de 1704.
La primera parte lo completó Mussorsky con su Noche en el monte pelado, que sonó antes del concierto de violín para abrir boca, donde Andrés Orozco condujo con naturalidad y movimiento a su guarnición alemana por los macabros e intrincados cambios de tempo del tenebroso poema sinfónico inspirado en el cuento de Nikolái Gógol. La segunda parte estaba dedicada a Richard Strauss con su popular Don Juan, Op. 20, obra muy ligada a España, pues él mismo solía dirigirla en sus visitas a Madrid y especialmente Barcelona. Tan ovacionado era en la Ciudad Condal que a su padre escribió: “Este aplauso es nuevo para mí […].
Bajo la batuta del colombiano la orquesta deslumbró con una inmejorable performance de Don Juan, especialmente por una sección de cuerda coreografiada al milímetro en los unísonos y una espléndida sección de percusión. Luego llegó el turno de la suite de Rosenkavalier, Op. 59, tan colosal como cabía esperar, especialmente por la sección del viento-metal, recibiendo los primeros compases del tema de Octavian. En el Caballero de la Rosa, encontramos a un Strauss maduro, original y fantasioso, cuya madurez orquestal, Orozco ha sabido representar en una dirección atenta a todos los matices. Destacó por supuesto el irrefrenable vals final, irónico y casi satírico de la tradición vienesa que desmontó por completo L’Auditori ante un público exaltadísimo que estalló en una unánime ovación. Ante los aplausos el director alimentó la exaltación con la jolgoriosa y (ahora sí) vienesa Ohne Sorgen de Josef Strauss que, a diferencia de otras míticas direcciones, como la de Karajan en 1987, resultó tremendamente amena y participativa, concluyendo la velada con palmas y diversión.