El amor como principio y final
(Photos by Javier del Real)
By JOSE MARIA GALVEZ DIC. 7, 2018
Quizás por eso mismo Puccini nunca encontró un final satisfactorio para su obra más singular. Giacomo Puccini (1858-1924) muere cuando queda por encarar de forma definitiva el final de la ópera Turandot. Franco Alfano (1875-1954) fue el encargado de terminarla y si ya en la pluma del mismo compositor cada obra tiene infinidad de posibilidades, no digamos en el puño de un compositor ajeno. Esto ha ocurrido desde el Requiem en re menor, K.626 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) a la Universe Symphony de Charles Ives (1874-1954), pasando por Die drei Pintos de Carl Maria von Weber (1786-1826) a la Sinfonía nº 10 de Gustav Mahler (1860-1911) que, paradojas de la existencia, fue quien acabo la ópera mencionada de von Weber, pero terminar Turandot es una ardua tarea pues ninguna de las anteriores óperas de Puccini sirve como conocimiento de qué haría el compositor en este caso.
El libreto se debe a Giuseppe Adami (1878-1946) y a Renato Simoni (1875-1952) sobre la historia homónima de Carlo Gozzi (1720-1806), sobre la venganza antigua de la Princesa Turandot por la que todo aquél que pretendiera tomarla en matrimonio debía dar con la respuesta de tres acertijos sopena de perder la vida decapitado en caso de errar. De esta manera debió dejar sin príncipes la mayoría de los reinos colindantes hasta que el príncipe desconocido osa enfrentarse contra todas las opiniones. El príncipe adivina las respuestas correctas pero en su inmenso amor, contrapuesto a la extrema crueldad y desdén de Turandot, le da la posibilidad de no estar con él si acierta su nombre. Mala idea pues a causa de ello morirá quien sí le ama, la resignada Liù. Su muerte se nos revela inútil pues la malvada princesa conoce el nombre de Calaf y una vez que lo revela Puccini no puede continuar.
MINIMALISMO ESTÁTICO
Robert Wilson elabora una puesta en escena y escenografía de su más puro estilo pero de lo más efectivo. La sencillez y escasez de medios y el casi estatismo fotográfico de figuras orientales de los personajes nos transmite una fuerza visual y anímica fuera de duda. La música de Puccini pide con todas sus fuerzas una escenografía como la que el maestro Wilson ha elaborado para la obra, pero sólo éste Puccini, no el de la Bohème ni el de Tosca, donde sería de difícil encaje la escenografía de Robert Wilson.
El papel protagonista recae sobre la soprano sueca Irene Theorin, que sustituía a su compatriota Nina Stemme. Irene Theorin tiene una voz acertada en el fraseo, difícil en este Puccini, al que imprime carácter y personalidad, no solo en lo vocal sino también en lo escénico, con lo complejo que esto se hace en la versión de Robert Wilson, pero Theorin transmite con naturalidad el frío y cruel desdén que Turandot manifiesta a sus pretendientes. Por eso, que el italiano de esta soprano no sea el mejor, no resta mérito a su versión musical y escénica del personaje. Calaf en la voz de Gregory Kunde suena convincente y con especial acierto en los registros más agudos, pero con voz cansada que en algún momento se ve sobrepasada por la orquesta. Merece especial reconocimiento la función de la soprano española Yolanda Auyanet en su papel de Liù que alcanzó una belleza y limpidez de voz en el final de la obra que sobrecogía el ánimo. Una suerte si podemos volver a disfrutarla en próximas temporadas en el Real. Raúl Giménez y Andrea Mastroni hacen un emperador y un Timor que se siguen con interés y lo trabajan con profesionalidad, mientras que mención aparte merecen también el trío Ping, Pang y Pong que son encarnados por Joan Martín Royo, Vicenç Esteve y Juan Antonio Sanabria, hacen un papel excelente, en el que realizan un eficaz contrapunto al clima aparentemente estático de la obra, para ellos Wilson elabora una serie de bloques de gran movilidad, pareciendo tres seres aquejados de curiosas afecciones nerviosas. Tres buenos intérpretes sobre los que Joan Martín Royo se erige como guía y cohesionador. Hay que remarcar que a excepción del trío cómico-moralizador de Ping, Pang y Pong, el resto de cantantes y el coro realizan un trabajo muy cuidado y conseguido en lo escénico.
CLARIDAD DE DISCURSO
Bajo la certera dirección de Nicola Luisotti, la Orquesta dibuja con claridad la línea del discurso musical in que los distintos ambientes y bloques narrativos parezcan contraponerse sino antes bien fluir unos de otros con gran naturalidad. El Coro hace una tremenda labor y sobrecoge fundamentalmente en los momentos de mayor delicadeza como tras la muerte de Liù.
No es nada fácil quedarse con algo que sobresalga de la versión escuchada, la cual es una coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, pero si tuviera que elegir no me arrepentiría del trabajo del escenógrafo que dentro de su más puro estilo nos ofrece la sencillez como base a un complejo juego de emociones que teniendo como fondo y excusa la obra pucciniana nos abre la puerta tras una profunda y oscura noche en la que se adivina la muerte de todo aquel que pretenda el amor de la Princesa a un amanecer victorioso del amor, conceptual y físico; y aunque este desenlace fuera producto de Franco Alfano bienvenido sea para dar color a la cruda realidad.