El reinado de Ibragimova
(Photo by Eva Vermandel)
By ISRAEL DAVID MARTINEZ DIC. 21, 2016
Blusa y pantalón sedosos de color negro. Chaquetita gris para no dejar los brazos al aire. Zapatos de charol que no apagaban la luz del anillo con diamantes de la mano derecha. Un violín Anselmo Bellosio de 1775, cedido por Georg von Opel, y un arco. Sala 2 del Auditori prácticamente llena. Cuatro focos de luz intensa, fondo oscuro, tenebroso.
Primera parte.
J.S. Bach
Tanto las Sonatas como las Partitas (nº 3 en ambos casos) para violín solo fueron escritas por el alemán durante 1720, en la corte de Cöthen, poco tiempo después de la creación de las Suites para violonchelo solo. La escritura contrapuntística así como el dominio exquisito de la armonía lineal enraizada en diferentes formas estructurales hace que este repertorio, con el tiempo, sea cada vez más moderno.
Segunda parte.
E.Ysaÿe
La densidad armónica más los salvajes procesos rítmicos de las Sonatas para violín solo (nº 4, 5 y 6) del compositor de Lieja son, ante todo, el reflejo de una mente que alcanza nuevos sonidos a través de la experimentación.
Alina Ibragimova
Es muy difícil explicar, sin dejarse llevar por la emoción, lo que la joven violinista de Moscú ofreció el pasado miércoles. Discurso claro y fresco, dinámico, con su propio estilo, libre pero a la vez riguroso, técnicamente perfecta, cada uno de los diferentes movimientos tenía un sentido particular, nada era gratuito, un arco de otro planeta, una mano izquierda que no es humana, un sonido que parecía el de una orquesta de cuerda, un resultado brutal, apabullante, un espectáculo sonoro que costará olvidar.
Como bis interpretó la Sonata nº 3, op. 27, “Ballade” de Ysaÿe. Mientras el público se hacía más y más pequeño debido a la grandiosidad y belleza generados, ella, Alina Ibragimova, se coronaba como la indiscutible diosa contemporánea del violín, de la interpretación, de la música, del arte.
¡Vuelve Alina!
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