Exuberancia y prodigalidad
(Photo by Antoni Bofill)
By PAULA SANCHEZ LAOH JUN. 14, 2017
El concierto que ofreció Misha Maisky el pasado miércoles 14 de junio en el Palau de la Música Catalana fue una clara exhibición de personalidad y carácter. El israelita, junto a la pianista Lily Maisky, ofreció un programa variado e intenso, cargado de emociones.
La tercera edición de la Diada Pau Casals Ciutat de Barcelona se inició con una pequeña intervención de Marta Casals Istomín, viuda de Pau Casals, destacando los valores que el violonchelista divulgó a través de la música a lo largo de su vida.
En el programa se incluye la anécdota que unió a estos dos grandes artistas: se conocieron en Jerusalem en el año 1973. Como Bernard Meillat relata, Casals accedió a escuchar a Maisky durante el Festival de Israel, donde un joven Maisky interpretó la segunda suite de Johann Sebastian Bach para él. Casals, con asombro y sorpresa, le hizo una observación: afirmó con convencimiento que aquello que había interpretado no tenía nada que ver con Bach, pero estaba tan convencido de lo que hacía que era totalmente convincente para el resto. Observación que seguramente muchos todavía considerarían válida.
La velada se inició con la misma suite que tocó Misha Maisky en Jerusalem. La interpretación, tan personal como desconcertante, estuvo llena de detalles sorprendentes. Tempos generalmente rápidos, improvisación en las repeticiones, flexibilidad rítmica… son características típicas de las suites. Pero, quizás para romper con la tradición, quizás para demostrar su supremacía, el cellista evitó por completo el uso de la primera cuerda, evitó las cuerdas abiertas en todo momento y el Palau escuchó una suite en re menor totalmente alejada de lo habitual. El vibrato es otro capítulo que se podría desarrollar. Digamos que la valoración, positiva o negativa, quedó al albur del gusto individual.
El resto del programa estuvo conformado principalmente por obras del nacionalismo español, pero quedó lugar para el romanticismo de Robert Schumann y el tango de Astor Piazzolla.
En Schumann podría haber relucido el piano ligeramente más de lo que lo hizo, una Lily un tanto tímida pero que supo caminar hacia un sonido brillante, un protagonismo oportuno y una personalidad compartida. Dejando de lado su evidente semejanza física, se podía inferir la relación padre-hija a través de su música, sus gestos, sus miradas, las intenciones…
Con Manuel de Falla, Isaac Albéniz y Gaspar Cassadó, el cellista lució un sonido lleno, maleable y colorido, pero a mi humilde parecer, la flexibilidad de tempo fue demasiado abundante. Música llena de expresión, de encanto y gracia, de atractivo… música seductora sin necesidad de excesos ni demasías.
Después de un Piazzolla exuberante y pletórico, y de todo un programa apasionado y un concierto realmente intenso, el duo regaló, entre otros, el segundo movimiento de la Sonata de Dmitri Schostakovich a una velocidad vertiginosa.
El concierto concluyó, como era de esperar, con El Cant dels Ocells.