
Grigorian ilumina el Liceu
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ JUL. 3, 2025 (Fotos: © A. Bofill)
El Gran Teatre del Liceu ofreció anoche un programa de ambición germánica y lirismo extremo. Strauss y Wagner, dos mundos unidos por el espesor armónico y el pathos, se confrontaron en un concierto en versión semiescenificada que proponía un viaje desde la despedida crepuscular de las Vier letzte Lieder hasta el delirio amoroso y la muerte trascendida del Tristan und Isolde.
La gran protagonista fue sin duda la soprano lituana Asmik Grigorian, cuya primera parte se impuso como el auténtico corazón emocional de la velada. En las Vier letzte Lieder de Strauss su canto alcanzó un grado de refinamiento y sensibilidad excepcionales. Fue una lectura serena, madura y reflexiva, lejos del efectismo, donde la voz pareció flotar sobre la orquesta con un control soberbio de la emisión. Su fraseo mostró un raro equilibrio entre claridad textual y entrega expresiva, logrando el milagro de transformar las grandes líneas melódicas en confesión íntima. El público, que escuchaba con religioso silencio, premió su interpretación con una ovación unánime y justificada.
En el Vorspiel und Liebestod de Tristan, Grigorian volvió a mostrar su inteligencia interpretativa, aunque se hizo más evidente la diferencia de naturaleza entre Strauss y Wagner. Su Isolda, pese a la musicalidad innegable, adoleció de un peso vocal más opulento y de la densidad necesaria para que la muerte de Isolda alcance su dimensión catártica. Hubo momentos sublimes, pero también cierta fragilidad tímbrica en el clímax, revelando un terreno aún en desarrollo en su carrera wagneriana.
La segunda parte del concierto tuvo un resultado más desigual. En su reaparición, Goerne no logró igualar la intensidad lograda en la primera parte. Fue absorbido en varios pasajes por el sonido orquestal, perdiéndose parte de su línea en el espesor wagneriano. Ofreció versiones de Tatest du’s wirklich? del Tristan y el monólogo de despedida de Die Walküre cargadas de autoridad interpretativa, con esa oscura y doliente introspección que le caracteriza. Sin embargo, su instrumento mostró ciertos signos de fatiga, con un vibrato más ancho de lo habitual y alguna pérdida de foco en el registro agudo.
La Orquesta del Gran Teatre del Liceu, bajo la dirección de Josep Pons, ofreció una lectura comprometida y matizada, cuidada en dinámicas y articulación. Fue especialmente acertada la decisión de colocar los violonchelos en el centro, desplazando las violas a la derecha para ganar claridad en las texturas. Sin embargo, en un repertorio de esta magnitud, se echó en falta más cuerpo sonoro, sobre todo en la sección grave. Sería recomendable contar con al menos dos contrabajos adicionales para lograr la densidad y la proyección ideales. También habría que replantear la disposición en versión concierto: bajar la altura del escenario unos 20 centímetros y añadir algún escalón en la cuerda –al estilo Filarmónica de Berlín en la Philharmonie– podría mejorar la proyección y la mezcla orquestal.
A pesar de sus contrastes, la velada dejó claro el carisma inconfundible de Grigorian, cuya interpretación de Strauss destacó por su belleza y profundidad. Fue la prueba de cómo el canto puede transformarse en pura emoción, capaz de tocar las fibras más sensibles del oyente.