La mujer según Rossini
(Photo by A. Bofill)
By JAIME BERMÚDEZ ESCAMILLA DIC. 15, 2018
Desde el año 1982 no resonaban en el Liceo los ecos del magnífico crescendo rossiniano que abre L’Italiana in Algeri, irrumpiendo tras la timidez del pizzicato y de las líneas iniciales del oboe. Ecos que resuenan también a La Sorpresa de uno de los mayores referentes de Rossini, Joseph Haydn. Si bien poca necesidad tuvo Rossini de utilizar este recurso para despertar a un público aletargado, como cuenta el rumor sobre la obra de Haydn. Y es que cuando en 1813 un jovencísimo Rossini de 21 años estrenó su Italiana, compuesta por encargo en 27 días (el de Pésaro estrenaría ese mismo año otras tres óperas), la obra cosechó instantáneamente un éxito arrollador.
El libreto de Angelo Anelli, ya musicado anteriormente por Luigi Mosca, vino oportunamente a satisfacer la fascinación orientalista de la sociedad europea de los siglos XVIII y XIX, situando la acción en Argel, donde el bey Mustafá pretende deshacerse de su mujer Elvira obligándola a casarse con su esclavo Lindoro. Es el gran amor de Lindoro, Isabella, quien parte de Italia en su rescate. En un intento iluso que no despierta el mayor asomo de preocupación en Isabella, Mustafá pretende convertirla en la joya de su harén. Pero los planes de la italiana pasan por escapar llevando consigo a todos los esclavos italianos.
Isabella, motor de la acción, es una mujer resuelta, astuta y valiente, rodeada de personajes masculinos simplistas y maniqueos, estereotipos propios de la commedia dell’arte: malintencionados los unos, pusilánimes los otros. Anthony Arblaster, en su libro Viva la Liberta, habla de cómo la ópera bufa, por su propia dimensión cómica, suponía un espacio contenido donde reflejar el poder femenino sin demasiada transcendencia, contando con el beneplácito paternalista del público masculino. Desde el prisma de hoy, (más o menos) lejos de ese paternalismo, podemos extraer del texto una profunda lectura sobre la anulación de la voluntad de la mujer ―encarnada en Elvira, quien no puede ser salvada del bey―, así como del poder emanado de la libertadora del pueblo de Italia.
Desde el momento en que Varduhi Abrahamyan entra en escena para su cavaletta reclama el absoluto protagonismo con la fuerza arrebatadora de la propia Isabella. La mezzo franco-armenia interpreta con pasión y precisión milimétrica, destacando en los registros más agudos. Por su parte Luca Pisaroni firma un muy divertido papel como basso buffo, ejecutando correctamente coloraturas y silabatos, sobresaliendo en el segundo acto. Si bien podría echarse en falta una mayor rotundez en el registro grave, como en Fra gli amorie le bellezze. La voz del tenor Maxim Mironov viste a su Lindoro de un candor y una delicadeza que brillan especialmente en la romántica Languir per una bella. Mironov demuestra desenvolverse muy cómodamente en el repertorio rossiniano.
De entre los afamados concertantes merecen aquí especial atención el contrapunto en Pria di dividerci, y el infalible y trepidante finale onomatopéyico que bien le valió a Rossini su consagración. Una delicia tanto auditiva como visual donde la Elvira de Sara Blanch brilla con luz propia. Dicho esto, el septeto habría sido más disfrutable de haber existido un mayor equilibrio entre sus voces.
Con el segundo acto llega la gran Pensa alla patria y la voz de Abrahamyan se viste de solemnidad para, arropada por una acertada escenografía que recrea la Libertad guiando al pueblo de Delacroix, sacarnos de contexto y transportarnos a la Venecia decimonónica del estreno, de manera que uno puede imaginarse perfectamente y casi sentir cómo Isabella se dirige directamente a su pueblo: “Amigos, confío en vosotros. Se acerca el momento”. No es de extrañar por tanto que esta aria, según Stendhal, biógrafo y entusiasta de Rossini, despertase la euforia del público veneciano, ni que llegase a ser censurada más tarde en la representación de la obra en el Nápoles borbónico de 1815.
El alto nivel de exigencia marcado por los vertiginosos ritmos de la partitura de Rossini ocasionan alguna desconexión puntual entre la orquesta y el elenco principal, como en el dúo Se inclinassi y en Ehi, caffè. Con esta pequeña salvedad el cómico segundo acto muestra a un elenco a un mayor nivel, y para el gran final el septeto aparece ya sin fisuras, en una suma perfecta que pone el broche de oro a la obra.
La grandeza que viste el espléndido Coro del Liceo pone de manifiesto la magnífica labor de Conxita Garcia. Por su parte Riccard Frizza dirige a una orquesta de precisión matemática, que despliega ampliamente el riquísimo abanico dibujado por Rossini, donde destaca la belleza de los vientos metal y madera.
Una puesta en escena de Vittorio Borrelli acertada, eminentemente rítmica y cómica, capaz tanto de momentos verdaderamente hilarantes, que pasan del slapstick a la ingenuidad de John Cleese y los Monty Python, como de un frenetismo que puede suponer un obstáculo para la proyección del elenco. La escenografía de Claudia Boasso nos traslada a aquel orientalismo romántico, empleando celosías y arcos con cierta reminiscencias a la Mezquita de Córdoba. Más allá de la escenografía de época encontramos algún elemento foráneo con mejor o peor fortuna, como en el caso del exuberante “palo” o del omnipresente troglodita.
Enmarcada en el 150 aniversario de la muerte del prodigioso compositor, supone esta una oportunidad única para asistir a una obra cumbre de la ópera bufa, consolidación de Rossini, y que ha sido representada en el Gran Teatro del Liceo en tan solo cuatro ocasiones. Es, además, una ocasión perfecta para celebrar este periodo festivo con una obra familiar, capaz al mismo tiempo de niveles absurdos de comedia y de una profundidad de gran vigencia. L’Italiana in Algeri contará con una representación diaria entre los días 13 y 23 de diciembre de 2018.