La sirena Nancy Cunard
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ NOV. 21, 2021 (Photo: © Javier del Real)
Parténope, la vigésimo séptima ópera de Georg Friedrich Händel (1685-1759), se representa escénicamente entre el 13 y el 23 de noviembre en el Teatro Real en una coproducción de la English National Opera, la San Francisco Opera y la Opera Australia.
Sirve de homenaje y recordatorio a la que fue musa única y singular de un elenco de artistas, del mundo surrealista de forma particular, Nancy Cunard (1896-1965), y no sin acierto visto y propuesto por Christopher Alden pues el paralelismo de Cunard con la sirena Perténope es patente desde los continuos y múltiples amantes, sin importar estatus, su honradez o su dignidad, sumidos en el vórtice de su canto de sirena que ciega y obnubila, pero que como Perténope ante Odiseo, sordo a sus cantos y encantos, acaba soportando el malestar y los reveses / con la cabeza hundida y el corazón aún agitado.
Después de Ariodante, HWV 33 y Agripina, HWV 6 interpretadas en versión de concierto en las temporadas 2017-2018 y 2018-2019, el coliseo madrileño nos brinda, una versión escénica de Parténope, HWV 27, donde amor y rivalidad permutan y danzan entre sí. Rivalidad o rechazo que lleva a la protagonista a declarar la guerra a Emilio, que en la presente versión emula a Man Ray cámara en mano registrando lo que se puede y no se puede decir, sobre todo esto último.
En esta ópera no hay héroes, sino más bien antihéroes, que asumen sus limitaciones y se proponen avanzar con ellas, así en la guerra como en el amor, sobre todo en el amor por efímero que sea.
CHRISTOPHER ALDEN
Acierta el director de escena en su mundo paralelo, en su vivificación de los días y las noches de Nancy Cunard transfigurándola en Parténope y a sus amantes en los amantes de Cunard. Le ayuda en este acierto dos factores fundamentales. El primero, la iluminación, la cual está a cargo de Adam Silverman con un acertadísimo trabajo, y el segundo, el estado físico de los intérpretes, a los que Christopher Alden hace cantar en las más variadas posturas, tanto que a veces podría hablarse de tabla gimnástica, desde colgarse boca abajo en la barandilla de las escaleras a posturas que en principio podrían parecernos contrarias al canto, pero que todos los intérpretes resuelven con satisfacción.
Las referencias al universo surrealista son constantes y múltiples, desde el mencionado Man Ray hasta Lee Miller o André Breton, así como las referencias a Nancy Cunard en las ropas y abalorios de la sirena Parténope hasta las habitaciones y escaleras de la vivienda donde se desarrolla toda la acción.
Es de destacar también el trabajo efectuado por la coreógrafa Elaine Brown consiguiendo que los intérpretes de esta tragicomedia, a mi parecer es más esto que una ópera cómica, lo sean en toda la amplitud del concepto, no solo en lo vocal -sobre lo que hablaremos después- sino en lo escénico, siendo la parte coreográfica totalmente interiorizada en cada uno de los movimientos de los seis personajes.
REPARTO VOCAL
Brenda Rae, soprano estadounidense, da vida y voz a Parténope – Cunard. Su inicio con Tu dell’eccelse mura y la siguiente Miei fidi arride il Cielo fue inseguro e irregular, a la par que sordo y lejano, siendo sepultada en más de una ocasión por la pequeña orquesta desde el foso, pero con destellos de una voz capaz de sobresalir y de dar cumplido propósito al personaje haendeliano como demostró y quedó patente desde el final del primer acto con su Io te levo l’imperio dell’armi. Más homogénea fue Teresa Iervolino, de la que ya hemos hablado en estas páginas con motivo de La Calisto de Francesco Cavalli (1602-1676) y de Falstaff de Giuseppe Verdi (1813-1901) en las temporadas 2017-2018 y siguiente respectivamente. Hizo un digno papel en el difícil desempeño de travestirse y de ofrecer dos personajes que, como tales, han de ser diferenciados pues ni Rosmira es Eurímene ni, menos aún, al contrario; por lo que hay que reconocer a la mezzosoprano italiana un gran esfuerzo, el mismo que invierte en recuperar al traidor -en lo sentimental- Arsace que va desde el entusiasmo erótico – lascivo por Parténope y sus cantos de sirena, o, parafraseando a Nancy Cunard alter ego de la fundadora de Nápoles, de su lascivia, locura, atrevimiento e impúdicos ojos, hasta la aceptación abnegada de su condición de perdedor en el Passo di duolo in duolo, todo ello con absoluto acierto en la voz del contratenor británico Iestyn Davies. Un papel relevante nos ofrece el también contratenor Anthony Roth Costanzo, con timbre y volumen que se diría para el papel, acertado en su emisión, tanto como en el baile y las castañuelas. En un alarde de imaginación, Armindo acompaña primero con claqué y después con castañuelas y zapateado su último número arrancando los aplausos entusiasmados del público en la noche del pasado 17 de noviembre. El contratenor estadounidense fue una de las grandes voces -e intérprete- de la noche, al cual el público del coliseo agradecerá escuchar en un futuro. Por contra el tenor británico Jeremy Ovenden, al que siempre he escuchado interpretaciones muy certeras, en su versión de Emilio parece plano y poco colorista, si bien su voz destacó poco su presencia fue omnipresente, valga la redundancia, como un Man Ray que está obligado a dar cuenta, con imágenes, de lo que acontece y no se dice. He dejado para último lugar a Nikolay Borchev, barítono ruso de potente y bien modulada voz que ofreció una cuidada lectura de Ormonte, desde el digno capitán de la guardia de Parténope hasta el travestido maestro de ceremonias del fallido duelo entre Rosmina, aún como Eurimene, y Arsace. En general todas las voces de este primer reparto fueron largamente aplaudidas, incluyendo interrupciones entre arias y recitativos.
TROMPAS Y TROMPETAS
Recitativos que lideraba al clave Ivor Bolton en su doble papel de clavicembalista y director del foso madrileño.Esta es la primera ópera haendeliana que el director de origen británico dirige en el Teatro Real, desafío que salva con dignidad, si bien, en alguna ocasión, el volumen orquestal ponía en aprietos a los solistas vocales. Este volumen no fue problema en las contadas ocasiones que Händel amplía la plantilla con trompas, trompetas y timbales, para las que Ivor Bolton tuvo el acierto de disponer de metales naturales con sonoridad, que se aventura, cercana al ideal haendeliano. Acertado fue también hacer que las flautas interpretasen en pie, y no sentadas, gran parte de sus intervenciones en el acto tercero. Todo ello redundó en una versión que, siendo mejorable, dejó buen recuerdo en el oyente.
En general, entre cantos de sirenas, lascivias, ambigüedades bien calculadas y realizadas, tan acertadas en los personajes como en el propio carácter de la ópera, asistimos a un triunfo del amor sincero que es capaz de castigar (Parténope a Arsace) y de perdonar (Rosmina a Arsace) en la misma escena, momento y lugar. Lo que sería suficiente para que Parténope (y Nancy Cunard) no tuvieran el final que la Mitología (y la Historia) les reservó.