Las variaciones de Vogt llenan el Auditori
(Photo by Giorgia_Bertazzi)
By CARLOS GARCIA RECHE NOV. 23, 2018
El pasado miércoles 21 pudimos asistir al recital que el consagrado pianista alemán Lars Vogt ofreció en la sala 2 del Auditori. Lars Vogt, que ya debutó aquí en 2015 tocando Brahms, aterrizó de nuevo en Barcelona antes de proseguir con su ajetreada agenda, llena de compromisos por todo el mundo, incluyendo una gira por Estados Unidos y recitales en Londres, Salzburgo o Beijing. El pianista y el programa: Las Variaciones Goldberg, también los cuatro primeros Impromptus de Shubert consiguieron abarrotar la sala Oriol Martorell en una de las citas más esperadas de la temporada. Fue sin duda un acierto dejar las Goldberg para la segunda parte, cuya aria da capo ofrece sin duda un final realmente conclusivo y sensato.
El Shubert de Vogt
En la primera parte Vogt, acompañado de su tablet y sus pedales (las partituras en papel están condenadas a desaparecer) ofreció a los oyentes los cuatro Impromtus op. 90 compuestos en 1827 por Franz Shubert. En estas miniaturas autónomas de gran personalidad, ricas en matices y color, se desarrollaron perfectamente bajo los dedos de Lars Vogt, que supo exprimir de ellas toda gota de lirismo romántico. El trágico do menor del Impromtu I reflejó a un pianista imbuido por el espíritu shubertiano que dejó paso al agitado segundo impromptu, exigente en el juego de pies y en los dedos de la mano derecha. El tercer impromptu, rico en poética sonó con majestuosidad gracias a una mano derecha cantabile y a una izquierda justa de protagonismo. El último de los cuatro impromptus sonó con soltura técnica y con una óptima gestión del rubato con la que Vogt cautivó el aliento de los asistentes en cada cadencia.
Bach, el infinto
La segunda parte rememoraba una de las obras más relevantes de Johann Sebastian Bach: Las Variaciones Goldberg. La historia de esta composición cuenta, según el biógrafo Johann Nikolaus Forkel, que el conde y exembajador ruso Hermann Carl von Keyserlingk afincado en Sajonia, le encargó a Bach en 1741 una obra para acompañar sus noches de insomnio. Esta debía ser larga, alegre y variada para que el clavecinista de la corte, llamado Johann Gottlieb Goldberg, un destacado alumno suyo, pudiera interpretar para él y ayudarle a conciliar el sueño. Bach, que en que en ese momento se encontraba en plena forma compositiva, pensó que la mejor manera de combatir el desvelo del conde sería a través de un tema y variaciones. El tema original era un aria popular de su tiempo de la que todavía no hay consenso de su autoría, seguida de treinta variaciones agrupadas en grupos de tres en una muestra de diversidad casi infinita. Al hablar de Las Goldberg es inevitable no pensar en grandes pianistas como Andrei Gavrilov o el famoso Glenn Gould, que las grabó en 1954-55 y en 1981; y en clavecinistas como Kenneth Gilbert o el propio Trevor Pinnock.
Las variaciones de Vogt
Las variaciones de Lars Vogt impregnaron la sala de carisma y sensibilidad en una interpretación reflexiva y concentrada. La imponente personalidad, visible en su estilo y en su expresión, ofreció unas variaciones muy pianísticas, confiadas a veces a un metronómico pulso y a otras a un personal y subjetivo influjo, algo romántico, especialmente en los tempos moderados. Pareció mostrarse en cambio más solvente en las variaciones lentas y en las virtuosas, que Kirkpatrick denominó, arabescos. Tras el aria inicial, quizás un poco más rápida que de costumbre, Vogt demostró una técnica excelsa en los innumerables pasajes virtuosos, especialmente en la número 8, 11 y en general en todas aquellas que fueron pensadas para un clavicémbalo de dos teclados (tal como especifica en la partitura). La vertiginosa variación nº14 seguida del Canone alla Quinta nº15 fueron los últimos peldaños a superar antes del breve y único descanso que el intrépido pianista se permitió durante una hora y cuarto de contrapunto barroco.
Ni las toses ni los ruiditos del papel de caramelo mermaron la concentración de un Vogt inmerso en la polifonía bachiana, cuya precisión le permitió esgrimir cada contrapunto en una clarísima diferenciación de voces. Con la Obertura de la variación nº 16, Vogt continuó las exigencias de la nº23, 26 y 29 evitando el emborronamiento en la articulación y siguió dotando a cada variación de personalidad y distinción. Al llegar al adagio de la nº25 (la “perla negra”, según Landowska) pudo apreciarse la respiración de Vogt a través de sus manos, como si un pulmón se instalara en el piano y respirara a través de la música de Bach. En la que para muchos representa el punto culminante de la obra, Vogt volcó todo su sentimiento, con una pulsación espaciada y unas delicadas dinámicas. Tras el Quodiblet y la esperada aria da capo, a Lars Vogt se le acabaron las variaciones y recibió la merecida ovación de la sala Oriol Martorell, que contempló una madura, reflexiva e inolvidable interpretación.