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L’Auditori In Crescendo Con Ward Y El Estreno De Giménez Comas

L’Auditori in crescendo con Ward y el estreno de Giménez Comas

CARLOS GARCIA RECHE     SAB. 23, 2021

Con un 2021 incierto y apenas sin desprecintar, la OBC acometía el año con un exigente proyecto que ocupó el penúltimo fin de semana de enero. L’Auditori y su orquesta recuperaron la actividad musical con energía en estos tiempos difíciles, contribuyendo a la idea de que la cultura, con medidas, puede ser una actividad más que segura. El hecho de reunir en el mismo programa de mano –ahora ya sólo en formato digital– un concierto para piano, un estreno contemporáneo, una obra barroca, una impresionista y, hacerlo todo bajo la batuta de un director invitado y sin entreacto, no es precisamente el más asequible en tiempos de pandemia. El evento constituye un síntoma de la razonable buena salud de la que goza la OBC, teniendo en cuenta las circunstancias que atañen a público y artistas por igual. Así lo percibieron los asistentes que ocuparon casi toda la platea y medio anfiteatro –manteniendo distancia entre butacas– después de ser acomodados por el personal. Desde el comienzo de una era en la que la mascarilla es parte ya del atuendo casual, la Sala Pau Casals está siendo testigo de una cierta disminución de la tasa de toses, sonidos molestos e interrupciones del público, en lo que aparenta ser una progresiva transición hacia la buena educación. No hay mal que bien no venga.

Con su mascarilla negra hacía entrada el británico Duncan Ward, uno de los directores más versátiles del panorama actual, nominado al director musical de la Mediterranean Youth Orchestra y cofundador de la WAM Fundation, además de sus incursiones en el terreno de la composición. Junto a él, entraba en escena la obra de cabecera, la introducción de la simphonieLes élements, de Jean-Féry Rebel (1666-1747), llamada Le chaos. La obra trata de representar el caos previo a la formación del universo a través de disonancias –y clústeres– siendo a menudo considerada inusual para el contexto histórico de su tiempo. La OBC la interpretó de forma convincente, recreándose en la sonoridad e intimidad barrocas, integrando el clavecín de forma natural en el tejido de la orquesta a pesar de la reducida plantilla, pecando solamente de leves imperfecciones en los pizzicatos.

EL ESTRENO

Llegó el turno del estreno de la tarde, Nostalgia at night, Yearning for… (2020), de la catalana Núria Giménez, compositora formada en ESMUC, la Haute École de Ginebra e IRCAM. Su amplia y diversa producción compositiva abraza la electrónica, la cámara y la orquesta con naturalidad, siendo el desarrollo tímbrico una de sus principales áreas de investigación. El encargo fue compuesto en pandemia y está inspirado en The Sorrow of Love, texto de William Butler Yeats. La obra recorre a través de la orquesta diferentes hilos temáticos, entrelazando los destellos de una percusión muy nutrida, repleta de recursos –destacaron el amplio juego de baquetas, la disposición de al menos un platillo para cada percusionista y el diálogo entre marimba, xilófono y vibráfono–  con glissandos de orquesta y gestos globales. El tránsito de un discurso continuo a uno más entrecortado se hace natural hasta la acumulativa tensión del clímax final. El viaje a través de las secciones y la evolución de los materiales temáticos son elementos que, apreciados o no, permitieron al público disfrutar del estreno en una interpretación sin fisuras a pesar de los pocos ensayos con director y OBC, siendo así que varios asistentes felicitaron a la compositora al final de la velada.

Tras una pequeña pausa logística llegaba el momento de zambullirse en el mundo de Bartók y en ese interesante juego modal de la música folclórica húngara, de la cual, el Concierto para piano y orquesta no.3 es uno de sus grandes y conocidos emblemas. Compuesto en 1945, el concierto contrasta por su estilo casi neoclásico con las obras anteriores del compositor, que no ocultó sus dificultades y malestar en la América de mediados de siglo al huir de la II Guerra Mundial. El concierto quedó inconcluso debido a la larga leucemia que puso fin a su vida a escasos diecinueve compases de concluirlo en la lejana Nueva York, lejos de su tierra natal. Pronto la pianista rusa Varvara Nepomnyaschaya interpretaba las primeras e inconfundibles notas del Allegretto, sobrada en técnica y elegancia a lo largo de las secciones. Quizá algo más de equilibrio sonoro hubiera balanceado algunos momentos en que el piano quedaba ligeramente apagado, a pesar de contar con una orquesta reducida de menos de 60 músicos. La cosa mejoró a partir del segundo tiempo, donde Varvara, una de las solistas con más renombre, desplegó una gran sensibilidad como antesala del dinamismo y ajetreo del Vivace final.

El programa concluyó con la Tumba de Couperin, del habitual y querido Ravel, que es, ante todo, otro pequeño manual de orquestación, compuesto en 1917 como dedicatoria a sus allegados y a François Couperin. El que Ward y la OBC salieran ilesos de la suite de Ravel fue uno de los logros de la noche, cuyo resultado dejó satisfecho a un público que, in crescendo deposita más confianza en el ocio musical. La situación en la ciudad condal, sin embargo, contrasta “con una Europa vacía en las salas de concierto” en palabras de Ward, sin olvidar que la reproducción en streaming continúa siendo tan usual como práctica en esta nueva normalidad.

auditori.cat

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