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Reencuentro Folklórico

Reencuentro folklórico

CARLOS GARCIA RECHE     FEB. 20, 2021 (Photo: © May Zircus)

En plena agitación condal, los pasados días 19 y 20 de febrero, L’Auditori recibió la visita estelar de Leticia Moreno y del director Pablo González en un programa centrado en la cultura musical húngara. Las primeras obras convocadas fueron la Rapsodia para violín y orquesta nº 1 (1928) de Béla Bartók y la inusual Tzigane (1924) de Maurice Ravel. La conocida difusión que Bartók hizo de la música tradicional húngara y su interés por el uso del folklore en su obra creativa, convierte esta rapsodia en una de las partituras más interesantes de su catálogo húngaro-folklórico y violinístico en general. Por supuesto que la utilización de elementos húngaros y gitanos en la música culta viene de lejos, aunque cabe destacar que la germanización de esos elementos por compositores como Brahms o Liszt nunca supuso –sin desmerecer sus composiciones– una aproximación entre lo rural y lo “culto” como la que propone Bartók en esta intensa y áspera rapsodia. De su dedicada recopilación de melodías zíngaras a través de los territorios magiares de Europa del Este, surgió veinte años después esta fascinante y exigente obra.

Leticia Moreno fue la invitada del sábado, una de las estrellas nacionales formada en el Reina Sofía cuya trayectoria incluye trabajos con grandes figuras de la música como Mehta, Pons, Orozco-Estrada y muchos otros, y su más reciente CD dedicado a Piazzola. Con su vestido azul, la imponente  violinista recorrió sin complicaciones las juguetonas líneas modales de los dos movimientos de la pieza de Bartók, quizás con algún puntual desnivel de proyección –o quizá debido al balance general– en algún que otro momento. De los puntos más interesantes a destacar, obviamente fueron los fragmentos a solo y el diálogo entre arpa/piano y solista en la parte central. Por supuesto, el uso de un címbalo real –instrumento popular en la música tradicional gitana y difícil de obtener–  hubiera resultado más auténtico y fiel, pero su reemplazo por el piano y arpa, en los tiempos actuales, resultó más sensato y mucho más que esperable, además de estos reemplazos se hallan a día de hoy completamente normalizados.

Decir que el Tzigane de Ravel es sorprendente debido a la misma peculiaridad de la obra es, a su vez, una contradicción si se tiene en cuenta la versatilidad del gran maestro de la orquestación. ¿Qué estilo o folklore no ha recorrido Ravel? Lo peculiar de Tzigane –además de que la orquesta tarda más de cuatro minutos en aparecer– es simplemente su desbocado virtuosismo del cual la propia orquestación también toma parte y se contagia. El francés quedó fascinado por la violinista Jelly d’Areny –que fue duetista con Bartók– y escribió ese exigentísimo solo inicial que poco tiene que envidiar a Paganini, que asciende desde las entrañas del violín a una progresiva y evocada fantasía magiar.

La OBC bajo la batuta de su ex director Pablo González ofreció una formidable interpretación únicamente a la altura de una crecida e imbatible Leticia Moreno que mostró control absoluto en esa ristra de escalas y barridos, pasando por las dobles cuerdas a los pizzicati. La obra presenta muchos cambios rítmicos y tempos diferentes que fueron sorteados por la dirección de González junto a una acaparadora solista que se culminó en el endiablado final. La siguiente obra en interpretarse fue la Chanson para violín y orquesta n.1 del infravalorado –o al menos poco conocido– Joan Manén compuesta en 1909. Una obra corta y lenta, de gran densidad armónica, en un estilo muy personal matizado con tintes de posromanticismo y casi novecentismo. La interpretación del sábado resultó muy complaciente, ofreciendo una sonoridad orgánica en cada una de las respiraciones de la orquesta de las que solo escapaban los vibratos de Moreno para evaporarse con naturalidad y sentimiento en el aire de la Sala Pau Casals.

La obra de Manén dio paso al terreno Shostakóvich, concretamente a la orquestación de su tercer cuarteto para cuerda (1946) con referencias al folklore klezmer escrita por su amigo Rudolf Barshai muchos años después. Ya sin Moreno, la OBC recorrió cómodamente el primer movimiento, donde los cambios de tempo, las intrincadas texturas, los contratiempos y la “arrítmica” son protagonistas del discurso musical. Aun con la orquesta de cuerdas reducida, González exprimió la sonoridad de las cuerdas medias para nivelar todo momento el empaque sonoro. Fue en el segundo movimiento donde las violas tuvieron un papel más que relevante en ese intenso pulso rítmico, que tras el silencio dramático, es substituido por ese viaje a la incertidumbre final. El tercer movimiento brilló por la precisión rítmica en los contratiempos y los cambios de arco a pizzicato, precisión que casi pudo llegar a echarse en falta en ciertos momentos del Adagio (cuarto), especialmente en los unísonos de cello y contrabajo durante el solo de fagot, donde el tempo lento y la “gravedad” dificultan la sincronía que demanda una ejecución perfecta. El empaste con el quinto movimiento pasó desapercibido, sumándose a una satisfactoria interpretación del siempre sorprendente Shostakóvich; la contrapartida de un programa zíngaro-magiar que esta vez, suscitó cuotas de asistencia casi equiparables a los tiempos pre-pandemia, lo que no rebajó en absoluto los más que aceptables protocolos de seguridad sanitaria que se aplican en L’Auditori y contribuyen al desarrollo de una cultura segura.

auditori.cat

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