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Luces Y Sombras En El Gluck De Savall

Luces y sombras en el Gluck de Savall

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ      MAR. 27, 2025 (Fotos: ©Sergi Panizo)

La velada del pasado 24 de marzo en el Gran Teatre del Liceu prometía ser una inmersión en la elegancia severa y la pasión contenida del clasicismo musical. El programa, consagrado íntegramente a Christoph Willibald Gluck, convocaba tanto al oído como a la mirada, una colaboración entre Le Concert des Nations bajo la dirección de Jordi Savall y el cuerpo de ballet del Opéra National du Capitole de Toulouse. En cartel, una apertura con la suite orquestal de Iphigénie en Aulide, seguida por dos de los ballets más sugestivos del compositor alemán, Sémiramis y Don Juan.

Pero lo que sobre el papel parecía una velada de rara coherencia estilística, en escena resultó una experiencia irregular, víctima de un diseño programático que confundió lo estructural con lo accesorio. Porque si algo quedó claro desde los primeros compases es que la suite de Iphigénie en Aulide —privada aquí de su fuerza dramática al estar descontextualizada y desprovista de acción escénica— no solo aportaba poco, sino que dilataba innecesariamente una velada cuyo centro de gravedad debería haber sido, sin dudas, la danza.

Más allá de la discutible apertura, los dos ballets permitieron entrever destellos de esa reforma gluckiana que buscaba fusionar música, gesto y emoción en un todo indivisible. En Sémiramis, el lenguaje coreográfico —contenido, elegante, de una sobriedad casi escultórica— capturó la tensión trágica de la reina asiria, mientras que Don Juan ofreció un despliegue más físico y teatral, sin caer en el exceso caricaturesco que a veces empaña esta figura libertina.

El cuerpo de ballet, preciso y contenido, se mantuvo a buen nivel, con momentos de notable sincronía y limpieza formal, aunque sin alcanzar nunca ese punto de combustión emocional que convierte la danza en una experiencia visceral. La dirección escénica pareció optar por una estética depurada, casi abstracta, más interesada en la simetría del movimiento que en la narración.

Otro cantar, mucho más desafinado, fue el que ofreció la orquesta. Le Concert des Nations, conjunto de referencia en la interpretación historicista, exhibió nobleza en los vientos y elegancia en el fraseo general. Pero la cuerda —reducida, casi de cámara— se mostró desbordada por la vastedad de la sala del Liceu. Si Gluck aspiraba a una noble simplicidad y serena grandeza, aquí solo se percibió una modestia sonora que rozaba lo minúsculo. Multiplicar por cinco o seis el número de instrumentos de cuerda no sería un exceso, sino una necesidad urgente para dotar de cuerpo, impacto y emoción a una música que vive del contraste entre tensión y resolución. Savall, siempre comprometido, dirigió con gesto amplio y noble, buscando claridad estructural y transparencia tímbrica, pero ni su carisma ni su conocimiento estilístico pudieron compensar la insuficiencia numérica del conjunto.

El resultado fue una noche de luces y sombras. Brillaron la elegancia del ballet y la coherencia estética del proyecto, pero se desdibujaron el drama, el cuerpo sonoro y la arquitectura emocional que deberían haber hecho de esta velada un homenaje pleno a la modernidad de Gluck. En su lugar, nos quedó una belleza lejana, casi espectral, que invita más a la reflexión que al entusiasmo.

Más información:

https://www.liceubarcelona.cat/

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