Luces y sombras en L’Auditori
TELMO SANS RUIZ OCT. 23, 2021 ( Photo: © David Ruano)
El quinto concierto de la temporada de la OBC se presentó con un programa atractivo a la vez que atrevido, ya que se interpretaban nada menos que Absolute Jest de John Adams y la Quinta Sinfonía de Jean Sibelius, dos piezas bastante contemporáneas y de una exigencia técnica a nivel interpretativo individual y orquestal muy grande. Bien se hizo en poner en medio a un movimiento del Cuarteto nº. 16 de Beethoven para intermediar y contrastar entre las dos grandes obras que cubrían la portada.
El director portugués Nuno Coelho se encargó de la dirección de la orquesta en Adams y Sibelius. En Absolute Jest, obra concebida para cuarteto de cuerda y orquesta, se invitó para completar la formación a nada más y nada menos que el Cuarteto Casals, quien también interpretó el consiguiente Vivace del Cuarteto nº. 16 de Beethoven.
El concierto empezó con la apoteosis y la velocidad de John Adams inundando la Sala 1 “Pau Casals” de L’Auditori. El cuarteto mostró ya desde el comienzo una maestría admirable al empastarse con la orquesta a la perfección y destacar a la vez como voz solista que era. En todo momento los cuatro integrantes sonaron como uno solo y entre ellos y Nuno Coelho guiaron a la orquesta a través de los ágiles y dinámicos motivos de la pieza. Seguidamente se escuchó el Segundo Movimiento del Cuarteto nº. 16 de Beethoven, donde se mostró una de las varias fuentes de inspiración que escogió John Adams del genio de Bonn para la composición de su obra. El Cuarteto Casals culminó con esta interpretación su participación de una forma sobresaliente.
La segunda parte del concierto se trasladó a los lejanos bosques y lagos de Finlandia a través de la Quinta Sinfonía de Sibelius. Si hay algo que caracteriza al compositor finés, es la dificultad de su obra en cuanto a equilibrio de masa orquestal debido a la cantidad de información que presenta en el corto espacio de tiempo de sus sinfonías. Es en este punto donde se vio superada tanto la orquesta como el director, también debido a la falta de cuerdas, sobretodo en los bajos, que requiere este repertorio. Los tuttis del primer movimiento se convirtieron en una masa sonora única donde costaba diferenciar las distintas voces. En el segundo movimiento las cuerdas sufrieron de la velocidad y la inercia del primero y se aceleraron en las delicadas anacrusas y el contrapunto de pizzicatos que lo caracterizan. Para terminar, en el tercero se recuperó el tempo, pero el balance de la orquesta se perdió con unos metales que al recibir el motivo principal se sobrepusieron demasiado a las preciosas contra-melodías de las cuerdas. Sin embargo, los acordes finales de la sinfonía se interpretaron con bastante unidad y consonancia, con la excepción de la voz de algún niño que entre el silencio de cada acorde se dejó notar con sus gritos de énfasis al escuchar la conclusión del concierto.