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Nunca Pasa Nada. Llueve Y Para.

Nunca pasa nada. Llueve y para.

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     OCT. 28, 2023 (Fotos ©Javier del Real)

El Teatro Real pone en escena entre el 24 y el 29 de octubre el estreno mundial de la tercera ópera de María Luisa Manchado Torres (Madrid, 1956). “La Regenta”. Adaptación de la novela inmortal, y sin duda única frente al resto, de Leopoldo Alas ‘Clarín’ (1852-1901), llevada a buen término por la comprometida Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós (Madrid, 1950).

Titánico el esfuerzo acometido por Amelia Valcárcel para convertir en libreto una novela que ya en su nacimiento se publicó en dos tomos. La síntesis realizada resulta muy beneficiosa para el discurso musical y el dramático, facilitando al público el entendimiento de la escena sin perjuicio de los personajes y hechos que se dejan a los lados del camino. Titánico además porque es empeño personal de Amelia Valcárcel que esta ópera existiese, más de dos décadas gestándose, primero en su imaginario y después compartiendo el mundo de Marisa Manchado y juntas depurando texto y música con el resultado que, felizmente, nos entregan.

TERCERA ÓPERA. O CUARTA

No es baladí afrontar la escritura de una ópera en las postrimerías del siglo XX y primer cuarto del XXI y ya son tres las que Marisa Manchado ha escrito, desde el estreno en abril de 1994 de “El cristal de agua fría” del que fui testigo en la desaparecida Sala Olimpia, donde hoy se alza el Teatro Valle-Inclán. Cuatro si contamos la descatalogada “Tres americuentos”, ópera infantil de 1990, de la que ha sobrevivido la obertura como pieza independiente. El bagaje de Marisa Manchado en este campo, atravesado oblicuamente por un buen ramillete de piezas vocales y de música incidental como parte de su amplio catálogo, es una garantía de buena factura. Música ecléctica que recorre el mundo vetustiano y vetusto de sus protagonistas, lleno de parásitos y rancios hipócritas, fachadas fariseas que ahogan y vapulean la pureza, la belleza y la bondad de Ana Ozores. Desde el clero a sus interesadas amigas, pasando por amantes que quieren ser Don Juan y el intento les sobrepasa, todos encuentran en esa mujer que no encaja en su sociedad el objeto de sus excesos. Manchado domina la escritura instrumental con muy buenos resultados, en este caso orquesta de cámara formada por un quinteto de cuerda, piano y celesta, arpa, un instrumento de viento de cada familia, incluyendo el saxofón, y dos percusionistas. En lo vocal opta por facilitar el entendimiento del canto por encima de cualquier adorno sin dejar de resultar acertada la elección, tanto para los solistas como para el coro, el cual dispone de fragmentos de inspirado tratamiento.

ESCENA. CAJA A DOS NIVELES

Bárbara Lluch es la responsable de la escena en esta puesta en pie en la sala Fernando Arrabal de la Nave 11 del Matadero. Con una propuesta sencilla, despojada de artificios, salvo si obviamos los excesos de vestuario, que como tales consiguen un contraste pleno con el resto de la escena.

Bárbara Lluch coloca al espectador-oyente frente a una caja cúbica a dos niveles, el de la sociedad falsa y corrompida, con la posesión perversa de la verdad siempre y la arrogancia de la autoridad moral, en el nivel superior, a modo de pasarela o balcones y el de Ana y su mundo, aunque éste a veces esté a dos aguas, en el nivel del suelo. Con tan poco material Bárbara Lluch, acompañada de la iluminación de Urs Schönebaum, nos ofrece una realización escénica que cautiva como resultado final.

OZORES-MIRÓ

La Regenta es Ana Ozores y su historia, y por tanto la historia de innumerables mujeres, y seguramente de hombres que no encajaban en el papel de la masculinidad estereotipada por la moralidad absolutista que ha imperado en nuestra sociedad y que sigue de plena actualidad en no pocas sociedades contemporáneas. La Regenta es cualquier ser humano que confía, que cree en sus semejantes con los que tiene una relación de dependencia por la que confunde su verdadero interés y demora su conocimiento sobre ellos. Es una mujer buena, casada con un hombre bueno, curiosamente un matrimonio de conveniencia, un matrimonio arreglado, casi una relación de afecto y protección del padre con la hija. Pero también es de carne y hueso de lo que se aprovecha esa sociedad opresiva, oscura y perversa que la estigmatiza. Todo ello en algo más de 90 minutos lo tradujo del papel a la vida la soprano barcelonesa María Miró, con disposición vocal segura, sin titubeos, tan potente como delicada, un acierto real en su papel, lo que remata con una presencia física apropiada a Ana Ozores, que es más una muñeca casi de trapo en manos de su entorno social, que no es tan distinto del actual, que un ser con autonomía de sus actos. Uno de los personajes que rodea a la Regenta en su entorno cercano es el Magistral, siempre como una sombra sobre ella. Una sombra que se alimenta se sus confesiones y su visión, ya sea a escondidas a través de un telescopio como en la cercanía de las confidencias, lo que le lleva a convertir su magisterio moral en pasión nada platónica que al no corresponderse y al ver que la elección de Ana Ozores para el placer furtivo es Álvaro Mesía se vuelve inquisidor y ejecutor del desenlace trágico y de la soledad de la Regenta. El barítono David Oller se ajusta al personaje en sus gestos, acciones y en la proyección de matices y caracteres de su voz. La viuda Obdulia, que bien explota su nueva soltería, encarnada por la soprano madrileña María Rey-Joly llena la escena con sus intervenciones. Álvaro Masía, de la mano y empujado por la viuda, persigue casi ajeno a si mismo a la bella y deseada Regenta hasta que los convencionalismos convencen a ésta de que ser su amante es posible. El tenor Vicenç Esteve teje un Mesía entre el cínico y el dulce enamorado, huidizo y cobarde al final sin escrúpulos para matar por una honor que no tiene, al marido paciente y paternal que el bajo Cristian Díaz representa como Don Víctor, de buena presencia sobre el escenario, pero poco aprovechada y de voz conmovedora pero de pobre proyección. Entre los secundarios la mezzosoprano Anna Gomá como la astuta y sibilina Petra está estupenda en su papel, no menos Laura Vila como Doña Paula, también mezzosoprano barcelonesa como la anterior, buena escuela hay que reconocer. Y dos secundarios que podrían ser repulsivos pero que en sus breves intervenciones transmiten el anima de sus personajes. El cordobés Pablo García-López, tenor que da vida al cursi y anodino Paco Vegallana y, otro andaluz, el contratenor sevillano Gabriel Díaz que como abre y cierra la ópera como un sapo repulsivamente ejemplar.

JORDI FRANCÉS

El elenco creció y brilló gracias a un director de orquesta, de cámara no exenta de dificultades disimuladas, como Jordi Francés, que en el último año nos ha ofrecido “Orphée” de Philip Glass (1937) y el estreno de “Tránsito” de Jesús Torres (1965) en estas mismas Naves de El Matadero madrileño. Dirección fervorosa y entregada, sutil y firme, a la que respondió de forma ejemplar la formación e cámara de la Orquesta Titular del Teatro Real acompañada en esta ocasión por el Coro de la Comunidad de Madrid que se hace merecedor de un reconocimiento expreso por intervenciones como la que se produce tras el duelo entre Don Víctor y Álvaro Mesía.

Nunca pasa nada. Llueve y para”, eso nos dicen desde la caja escénica, y cuán grande es la verdad, pero que no sea excusa para repeticiones indeseadas de la historia, en las que personas buenas sufran las consecuencias de la sociedad vetusta.

teatroreal.es

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