Thibaudet y Denève conquistan Barcelona
By ISRAEL DAVID MARTINEZ NOV. 20, 2016
Once de la mañana. Día agradable en la ciudad condal. Domingo. Comercios cerrados. Ajetreo habitual en los transportes públicos. Melómanos anónimos caminando con paso firme hacia el Auditori, su lugar de recogimiento espiritual. Se respira algo grande en el ambiente. Algunos músicos de la orquesta apuran sus futuras colillas con la ilusoria intención de atenuar los nervios. Rostros despejados entre el público. Venta de las últimas entradas para los más rezagados. Los asientos son tomados mientras se observa la falta de colorido y se saluda al vecino habitual. El escenario, poco a poco, se tiñe con el uniforme propio de los intérpretes. Se hace el silencio. Aparece el concertino invitado y propone una afinación pactada. Un “la” que fue uno y que ya no es. Se vuelve a hacer el silencio. Sale al escenario el director, Stéphane Denève. Aplausos de cortesía. Levanta las manos. Toses indiscretas perfuman el ambiente. El maestro no da la entrada. Él necesita, para empezar, un silencio absoluto. Alguna que otra tos, furtivas y deseosas de libertad, alteran la acústica de la sala. Denève sigue sin dar la entrada. El eco de la última tos se desvanece. Es entonces cuando Christian Farroni, primera flauta de la orquesta durante este fin de semana, emite las primeras notas del Prélude à l’après-midi dan fauna de Debussy. Es un gran día para este intérprete y para toda la sección de las maderas. Tienen ante ellos un repertorio con el que demostrar por qué han alcanzado esos lugares dentro de la formación. El resultado es el esperado. Aplausos tibios. Jean-Yves Thibaudet sale con garbo. Un look estudiado y poco común. Pantalones estrechísimos y zapatos puntiagudos. Podría aparecer como extra en una película de Tim Burton. Se sienta he interpreta el Concierto para piano y orquesta en La menor, op. 16 de Edvard Grieg. Perfecto. Extraordinario, maravilloso. Puro genio. La orquesta, gracias a la mano del maestro, a la altura del solista. Perfectos. Magníficos. Aplausos entusiastas. Un Nocturno de Chopin —con notas reelaboradas– como bis. Media parte. La gente se apelotonan a la búsqueda de un café milagroso. Rostros anónimos se esconden entre las hojas de los diferentes diarios. Los asientos vuelven a ser tomados con la sensación de que la jornada está siendo especial. “Retoses” y reaparición del director. Gabriel Fauré y la delicada Suite de Pelléas et Mélisande, op. 80. Aplausos de cortesía. La orquesta en pleno toma el escenario. La Mer de Debussy se construye y se eleva ante los presentes. La agitación sonora golpea y crea, agita y relaja un auditorio que busca el Mediterráneo. Exploración del detalle, del sonido adecuado y propio para cada movimiento. Demostración palpable del respeto a una partitura.Triunfo y aplausos. Los asientos, paulatinamente, son abandonados. Caras de satisfacción. Patatas fritas y vermut en las terrazas colindantes. Manga corta en los turistas. El murmullo de la ciudad retorna como soporte vital.
Se ha asistido al mejor concierto de la temporada.
La OBC ofrece este programa el 18,19 y 20 de Noviembre en el Auditori, Tel. 932-479-300, auditori.cat