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Tres Imágenes, Superación Y Destino

Tres imágenes, superación y destino

(Photo by Martin E. Berenguer)

By JOSUÉ BLANCO     ENE. 27, 2018

El concierto de la OBC de este fin de semana se presentaba bajo el nombre de una de las obras más emblemáticas de Chaikovski: su Quinta Sinfonía, obra que fue acompañada por otro de los grandes referentes de la música rusa, el Segundo concierto para piano de Rajmáninov, obra clave del repertorio para piano. Todo esto precedido por el estreno de Tres Pinturas Velazqueñas de Jesús Torres, obra ganadora del premio de composición de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (AEOS).

Jesús Torres es uno de los compositores españoles con mas proyección nacional e internacional del momento —fue Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura del 2012— ganó el premio de composición de la AEOS el 2015 con la obra que pudimos escuchar en esta ocasión. Tres pinturas Velazqueñas, la cual nos plantea un contraste entre tres obras significativas del pintor clave del Siglo de Oro español: La Venus del espejo, Cristo crucificado y El triunfo de Baco. Tres obras representativas del estilo artístico y la cosmovisión del autor que plantean al compositor la oportunidad de tratar tres escenas abiertamente diferentes con tratamientos orquestales, armónicos y efectistas distintos. Un detalle quizás significativo es la orquestación, más reducida de lo que nos solemos imaginar para una obra contemporánea, contando con los efectivos de lo que llamaríamos orquesta clásica, sin la masificación del modelo romántico o de ciertas obras actuales. En este  marco el compositor desarrolla un lenguaje libre en el que se pueden identificar colores y armonías con ciertos puntos gravitacionales tonales pero que desarrolla de forma emancipada, con un uso excepcional de la orquestación. Una obra a tener en cuenta y que recorrerá la geografía peninsular durante un tiempo de la mano de más de veinticinco orquestas, gracias al mismo Premio de la AEOS: esperemos que tenga tan buenos resultados como con la OBC.

Antes de la media parte llegó la hora de preparar nuevamente el escenario, centrando nuestra atención en un nuevo invitado. Sin duda el Concierto para piano y orquesta en do menor número 2 de Rajmáninov es una de las obras cruciales del repertorio pianístico y una de las obras maestras del compositor ruso que le llevaron al éxito después de unos inicios un tanto difíciles; de hecho esta obra fue el resultado de confiar nuevamente en él mismo, tras el fracaso de su Primera Sinfonía, y las visitas con su psicólogo, el doctor Nikolái Dahl, para superar su depresión; fue además a quien dedicó este segundo concierto para piano.

Obra claramente virtuosística que el mismo compositor estrenó al piano y que nos muestra el carácter denso pero a la vez brillante del compositor. Cabe señalar la dificultad que muestra esta obra en relación a los contrastes orquestales, puesto que en ciertos momentos resultó difícil que la voz del piano pudiese hacer frente a la plantilla ensanchada de la orquesta; los momentos de tutti, y sobretodo el metal, resultaron muy efectistas pero quizás sofocaron al solista, Vadym Kholodenko, el pianista ucraniano invitado para afrontar el reto de dicho concierto. Kholodenko se mostró resuelto en la interpretación y claro en el fraseo de una obra claramente melódica en determinados pasajes; pero la libertad que mostraba en su dominio sobre el instrumento también hizo sufrir al director en ciertos pasajes.

Diego Martin-Etxebarria fue el director invitado por la OBC para esta ocasión. El joven director ha conquistado las grandes salas de concierto tras su éxito en el Concurso Internacional de Dirección de Orquestas de Tokio en la edición de 2015. Se mostró claramente cómodo dirigiendo sin partitura la más que famosa Sinfonía número 5 en mi menor de Chaikovski, penúltima sinfonía del compositor, y que nos transmite sus dudas y vislumbres del “destino ineludible” con un marcado carácter programático o descriptivo tratado en la elaboración motívica de la obra y que sirve de nexo unificador y de cohesión. De nuevo el metal se impuso por encima de la sonoridad del tutti, llegando a sobrepasar en ocasiones el tejido sonoro de la cuerda.

Aunque no soy muy favorable a entrar en los detalles del comportamiento del público durante los conciertos de la OBC, actitudes a la vez también vistas en otras salas de la capital catalana, creo correcto hacer mención a la intervención de un asistente al concierto, que ante el habitual barullo y toses que se ocasiona en medio de ciertos movimientos —en esta ocasión entre el primer y segundo movimientos de la Quinta Sinfonía de Chaikovski gritó a viva voz: “¡estáis enfermos!” Más allá del resfriado de alguno de los asistentes, quizás una parte de nuestros melómanos sí padece una enfermedad quizás cada vez más frecuente: la ausencia de lo que Jeanne Hersch llamaría una escucha o “receptividad activa”. La acción de ir a ver un concierto es justamente eso, una acción, en la que nosotros como oyentes también tenemos un papel activo, junto el papel de los intérpretes y del compositor. Cada vez que tenemos la oportunidad de asistir a un concierto se nos abre un tiempo único y singular, donde la temporalidad lineal se transforma en un pequeño marco de “eternidad” en la que los oyentes recibimos un mensaje directo del autor mediante los intérpretes. Hersch, en este aspecto, señala el último verso de uno de los grandes poemas de Rilke, Torso de Apolo arcaico: “debes cambiar tu vida”. Este último verso es una apelación directa a cualquiera que se acerca a una obra de arte, a no quedarse vacío después de una experiencia artística: el respeto que mostramos cuando acudimos a una sala de conciertos también indica el grado de participación activa que mostramos ante el arte. A mi parecer, un concierto como el de esta semana merecía una participación activa por nuestra parte como oyentes.

auditori.cat

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