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Color Y Pasión En El Réquiem De Guinovart

Color y pasión en el Réquiem de Guinovart

 

(Photo by A. Bofill)

By CARLOS GARCIA RECHE   ENE. 28, 2018

El último domingo de enero se despidió con el estreno del Réquiem de Guinovart. En realidad, Barcelona era la última parada de la gira de la Orquesta Sinfónica de les Illes Balears, que junto al Cor Jove del Orfeó, interpretaban el encargo del réquiem, por parte del Palau i del Auditori de Girona, dedicado al propio Orfeó. El aperitivo del estreno fue la Sinfonía nº 2 Op. 73 en Re Mayor de Brahms, la más pastoral de sus sinfonías, y que mejor recoge el legado sonoro del universal Beethoven (muy comparada con la Sinfonía nº 6 Op. 68 del genio de Bonn). Se dice que es la más alegre de las cuatro, motivo por el cual, probablemente decidió incluirse para servir de pórtico de un “réquiem esperanzador”, según su autor.

Sobre el escenario llamaba la atención el poco espacio entre músicos y la excesiva iluminación durante toda la sinfonía. Se sumó el poco contraste dinámico y escasez sonora, que incluso desde platea, imposibilitó una completa inmersión a las aguas de Brahms. La OSIB de Pablo Mielgo respondió correctamente, en general, con las violas a la derecha del director al hacer más visuales sus pasajes y temas. La expresividad corporal del director gustó al público, especialmente al convoy de turistas japoneses que poco a poco aprendía a dejar los aplausos para el final.

Tras la pausa, se incorporaron los nuevos músicos, y la iluminación ahora más acertada permitía al espectador la inmersión hacia aguas desconocidas. Comenzaba así el réquiem de Albert Guinovart.

Confesando no ser cristiano practicante, afirma de su réquiem: “es más bien un canto a la vida”. La descontextualización en los programas musicales ya no sorprende a nadie; interpretar movimientos sueltos, preludios, pasajes, etc. es en este caso como interpretar un réquiem sin difunto.

En general la obra es variada y sorprendente. Guinovart cuida con decoro la orquestación y el balance sonoro, y aporta constantemente colorido musical en cada pasaje. Visto así ese enfoque es un acierto, teniendo en cuenta que su réquiem está exento de “pretensiones trascendentales” tal como afirma el compositor. Desde la perspectiva estilística, el réquiem busca el equilibrio entre lo clásico, posromántico e impresionista. Orquesta, coro y cantantes están bien compensados y tienen sus momentos de esplendor.

Así pues, el primer movimiento ya hacía uso de sus tres cantantes: Marta Mathéu, Josep-Ramon Olivé y el jovencísimo Ferran Quílez con su voz blanca y pura. El tema inicial era una auto citación al tema de Réquiem de su Gaudí, el musical de Barcelona (2003), que también usaría para In Paradisum. El Kyrie eleison y el Dies Irae aportaron su punto de terror un poco al estilo Cherubini (Requiem en re menor), seguido del Ingemisco que fue el pasaje tipo aria homenajeando a Verdi en su réquiem. El Domine Jesu Christe dio la impresión de querer reconciliar al oyente tras tanto caos y apocalipsis. A partir del Hostias y Sanctus se desplegó el verdadero arsenal compositivo de Guinovart, haciendo especial hincapié en la textura contrapuntística y en la variedad armónica. El siguiente reposo llegaba con el Pie Jesu en una delicada simbiosis entre soprano y cuerda. Le siguió la blancura del Lux aeterna donde el infante de la Escolanía de Montserrat tuvo su momento de oro. Subvenite Sancti Dei era un movimiento corto a cargo del coro y aportaba reminiscencias del canto gregoriano. El In Paradisum resultó en su primera mitad un pasaje meloso y melancólico que poco a poco iría alcanzando el tutti orquestal a ritmo de marcha fúnebre, que en este sentido constituiría el clímax sonoro de la obra. El último movimiento Ego sum resurrectio (uno de los más diatónicos), consumaría con el dúo soprano – barítono y, con una despedida de instrumentos nostálgica en un final un poco modesto.

De esta manera el réquiem del catalán se consumaba con austeridad, más austeridad que la transmitida durante la parte central del réquiem, que incluso sin artificios orquestales (poco más que campanas tubulares, percusión y arpa) lograba efectos fantásticos, tal vez, “demasiado” fantásticos para un réquiem. En cualquier caso, la conexión entre el compositor y el Orfeó embriagó otra vez al Palau con su colorido réquiem sin difunto, que entusiasmó al espectador, y que consagra todavía más a Guinovart en un Palau cada vez más y más suyo.

 palaumusica.cat

Esta entrada tiene un comentario
  1. Muy buen artículo. Pocas veces una crítica musical tan técnica y detallada llega a ser tan divertida como instructiva, comparada con otras lecturas de críticos consagrados. Es una invitación a acercase a los clásicos.

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