Un cielo vacío lleno de música
(Photos by Javier del Real)
By JOSÉ MARÍA GÁLVEZ OCT. 31, 2018
¿Se puede concebir la ópera como un espacio en el que nada suceda aparentemente pero que ese mismo estatismo sea el resultado de una constante microtransformación que deposite el mensaje en nuestro interior y lo sacuda serena y profundamente?. Desde la concepción occidental, convencional y tradicionalista que de la ópera tenemos diríamos que no, pero si somos algo más universales, y hacemos valer el apellido de la especie homo sapiens, descubriremos con agrado que sí. Solo hay que despojarse del artificio y del adorno y entrar en la comunión que otra tradición, la del Teatro Noh Japonés, nos ofrece.
Hijo del músico malagueño Manuel Francisco Ciriaco Fenollosa del Pino, nacido en 1818 y afincado en Massachusetts por circunstancias de la vida y de la muerte, pues de huir de la Primera Guerra Carlista se trataba, el filósofo y japonólogo Ernest Francisco Fenollosa (1853-1908), más conocido por Ernest Fenollosa, recuperó, recopiló y tradujo una serie de piezas populares del Teatro Noh Japonés, entre las que se encuentran Tsunemasa y Hagaromo. Piezas que Ezra Pound (1885-1972) revisa tras la muerte de Ernest Fenollosa y edita en 1915 y 1918 dos colecciones de ellas.
Sacerdotes, guerreros, pescadores, ángeles, fantasmas, sombras, remordimiento, lo humano y lo sobrenatural conforman las dos historias de Only the sound remains, ópera escrita en 2015 y que constituye por el momento la última de la finlandesa Kaija Saariaho (1952), reciente Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de Música Contemporánea. Ópera dividida en dos partes. Tsunemasa inspira la primera de ellas, Always Strong, y Hagaromo la segunda, Feather Mantle.
Se trata de una ópera de cámara, íntima e intimista por más que la temática sea universal –la tierra y el cielo- no necesita más que de dos personajes para sostener todo un edificio sonoro que demuestra que estamos ante una compositora experimentada y conocedora del terreno que transita y que nos sumerge en un universo mágico, contemplativo y extático.
Universo que consigue con una orquestación formada por un cuarteto de cuerda, un percusionista, kantele, flauta y electrónica, acompañados por un cuarteto vocal. Si la percusión, interpretada por Heikki Parviainen y la cuerda por el META 4 QUARTET transmitieron una interpretación clara y directa de algo extremadamente complicado y el cuarteto vocal, a cargo del THEATRE OF VOICES, transitó por una partitura plagada de modalidades diversas desde el canto al siseo, aderezándolo con la gesticulación escénica, con una facilidad y limpieza que nos hace olvidar la complejidad de la partitura, mención aparte merecen la kantelista Eija Kankaanranta y la flautista Camila Hoitenga, ambas conocedoras de la música de la finlandesa. Camila Hoitenga, intérprete de cuatro flautas, nos muestra e invita a acompañarla por un sendero que abre la flauta en sol para mudar junto con la acción, si así se puede llamar al noh japonés, hasta el piccolo en Feather Mantle en una interpretación que considero fue sublime y de Kankaanranta hay que destacar el virtuosismo de determinados pasajes, con diversidad de carácter entre la primera y la segunda de las piezas que componen el díptico operístico, aparte del control del volumen de los tres kanteles utilizados que en todo momento se distinguen perfectamente sin que dificulten la audición del conjunto, sino antes bien, empastándose con el resto en un entramado de texturas que constituyen el proceso de microtransformación constante, el fluir sonoro, el viaje del sonido en el cual nos sumerge Saariaho. A ello ha contribuido la certera dirección de Ivor Bolton, haciendo una lectura que convierte en fácil lo complejo sin que por ello pierda un pizca de su autenticidad.
Todas las óperas de Saariaho tiene la electrónica como intérprete destacado, pero a diferencia de las tres anteriores ésta es una ópera de cámara, de salón casi, con un tratamiento de la electrónica refinadísimo y sutil que envuelve y cautiva desde el primer momento sin que peligre nunca el resultado instrumental y vocal del conjunto.
EL GUERRERO Y EL ÁNGEL
Philippe Jaroussky, contratenor francés, de voz limpia, bien proyectada, clara, dramática y cautivadora se hace valer como un intérprete ideal de la música de Kaija Saariaho. Transmite la inquietud del espíritu del guerrero que ya no es capaz de hacer sonar las cuerdas de su laúd y que desea ser devuelto a las sombras con la misma convicción que el ángel que seduce al hombre de mar para que restituya las alas sustraídas que le ayudarán a volver al cielo, a ese cielo vacío, que sin embargo está lleno, lleno de música. Música que entra por los poros de la piel y no solo por los oídos. Davone Tines es la contrapartida del guerrero que toca el laúd o del ángel que pierde las alas. Su timbre de barítono sirve con eficacia y rigor a la partitura. Acompañados en la segunda parte de la ópera por la bailarina Nora Kimball-Mentzos, desdoblamiento del ángel Tennin, la cual efectúa una cuidadísima danza que evoluciona con el devenir de la historia.
LA ESCENA
Peter Sellars y Julie Mehretu son los responsables de la escenografía de la presente producción. Sellars consigue comprender el espíritu despojado de cualquier floritura del noh japonés y de la partitura y pone en pie un juego de luces y sombres, de diversos planos en los que los tamaños de los personajes nos hablan de su evolución interior sin que haga falta mucho más para conseguir una conseguida puesta en escena sin renunciar a la esencia de la fuente que la origina. Sellars junto a la artista etíope Julie Mehretu participan del viaje contemplativo que desde la oscuridad a la luz, traza la compositora.
Como respuesta a la pregunta que encabeza el presente artículo no solo se puede concebir una ópera así sino que el asistir a ella y sentirse envuelto en el misterio sumamente delicado que Kaija Saariaho ha dibujado proyectándolo en todas direcciones alrededor nuestra es una experiencia de la que nadie debería carecer. Se trata de un todo dramático musical que transciende al propio escenario, y del que no podrán opinar aquellos que durante la ejecución, con una gran falta de respeto, abandonaron la sala, pues para ellos ni el sonido será lo único que permanezca.