Unos minutos con Beethoven
By XAVIER RICARTE FEB. 5, 2018
Hoy en día es fácil encontrar gente tocando piezas cubiertas de vanidad y con un espectáculo ciertamente exagerado. Destructores de arte, del legado de un compositor o bien, simples soberbios. Pero por suerte, aún quedan grandes músicos que sorprenden con su transparencia y fidelidad. Éste fue el caso de la visita de Elisabeth Leonskaja el pasado lunes 5 de Febrero en el Palau de la Música. Una de las grandes pianistas de su generación, mostró un claro ejemplo de pureza, lucidez y serenidad. Se decía de su maestro, Sviatoslav Richter, que creaba impecables silencios en las salas donde tocaba. Pues en este caso también, su discípula nos deleitó con ésta capacidad de atraer el público y rebozarlo de música, causándole una clara captación a las palabras de ese viejo Beethoven.
Leonskaja nos regaló una de la mejores interpretaciones de las 3 últimas sonatas del compositor alemán. A sus 72 años, la pianista bordó sin pausa las tres obras, reto comprometido de alcanzar al nivel que se merecen éstas mismas.
En los primeros compases de la Sonata op. 109 en Mi mayor, sorprendía con una inocente y cantable melodía que salia de una mano gruesa y corpulenta. Un calderón leve que erupcionaba al Prestissimo y que contrastaba con ese primer movimiento corto pero noble. Una fuerza abrumadora en los bajos a ritmo de tarantela junto a un diálogo brillante entre voces. Una vez pasada la tormenta, nacía una solemne y apaciguada sucesión de acordes que creaban una fascinante melodía. Las cuales procedían unas variaciones donde podíamos oír el tema presentado en diferentes texturas y caracteres, desde lo introspectivo hasta lo juguetón y amable. También destacar un contrapunto nítido y preciso en la penúltima variación. En la variación final, la música crecía en una reluciente textura de trinos conjurando algo parecido a un fulgor divino que lentamente llegaban a un clímax que sorprendía en el finale, terminando con el recuerdo de ese noble tema del principal.
Y de un noble tema a una expresión claramente beethoveniana en la Sonata op 110 en La b Mayor. Lirismo y serenidad que se transformaban en movimiento y contrastes en 2º movimiento. Un scherzo que se desvanecía en una Coda que conducía a uno de los puntos mas introspectivos y especiales de la sonata. El Adagio ma non troppo junto al Recitativo crearon una expectación extraordinaria. Y el precioso y apenado Arioso dolente se iba evaporando hasta llegar a la voluminosa Fuga de este 3r movimiento curioso. Una sonata llena de sentimientos y de poder que dio pie una fascinación a todo aquél que la escuchó.
Cuando pensábamos que ya no se podía decir nada mas, Elisabeth nos asombró con su interpretación de la última de las sonatas de Beethoven. Un poderío en la introducción de ésta misma que dejaba perplejo. Pudimos ser testigos de las extremas posibilidades expresivas de sonido de Beethoven y de la pianista greorgiana. El carácter y la tonalidad de do menor impregnaban una sensación a algo demoníaco, rugiente e impetuoso. Momentos cambiantes, ralentizados y otros acelerados pero todos ellos muy bien mesurados por parte de la maestra. A éste alto nivel, la música se transformaba en evocaciones. De lo furioso y fragmentado a una estremecedora y bellísima canción designada como arietta, que se iba desarrollando en caracteres muy distintos. Con gran importancia en el ritmo y en el despliegue de los registros, se iba organizando un cúmulo de sensaciones que se desataban en una coda dónde nos hacía volar. Unos largos compases de trinos nos aludían a una luz celestial que iba elevándose a otro estado anímico más allá de la vida.
Elisabeth hizo de hilo conductor entre el canto de Beethoven y el público. Así, fuimos testigos del rico legado que nos dejó éste auténtico genio y de una música que ha dejado una huella colosal en la historia universal.