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Espectáculo Dal Niente

Espectáculo dal niente

 

(Photo by Mats Backer)

By JOSUÉ BLANCO     FEB. 3, 2018

Pocos solistas como Martin Fröst son capaces de generar tanta expectación ante un concierto. Quizás se deba a que el clarinetista sueco sabe llevar hasta nuevos límites el concepto de espectáculo, una palabra que quizás no suele estar bien vista en las salas de conciertos o en los ambientes musicales pero que encaja perfectamente con lo que Martin Fröst transmite: virtuosismo y claridad musical juntamente con teatralidad y interpretación; en definitiva los elementos que definen a este gran artista.

En esta ocasión Fröst nos traía una obra que conoce muy bien, El concierto para clarinete (Peacock Tales) del compositor, también sueco, Anders Hillborg; una obra fruto del trabajo mutuo entre los dos músicos y que está precedida por varias piezas más pequeñas, todas escritas para Martin Fröst, tales como: Close Up para clarinete (u otro instrumento ad lib.), Tampere Raw para clarinete y piano, Nursery Rhymes y The Peacock Moment para clarinete y piano/cinta. La versión que pudimos escuchar en esta ocasión de Peacock Tales (o cuentos de pavo real) se trataba de la Millenium Version: una versión adaptada que añade al clarinete y a la orquesta una grabación en cinta y reduce la duración a unos 12 minutos, muy alejada de los 35 minutos de la obra original.

Sin embargo el elemento clave y definitorio de la obra es el componente teatral: la idea de mimo y baile se convierten en una parte integral de la obra. Se establece pues, un viaje a través de muchas “estaciones” musicales y emocionales diferentes, donde el solista a veces aparece enmascarado, a veces desenmascarado, transformando la obra en un monodrama para clarinete, danza, orquesta y cinta, donde el elemento teatral y interpretativo se ve potenciado por el juego de luces y colores. No es de extrañar que Fröst sea el mejor embajador de esta obra y la llevé allá donde va, pues cada elemento, musical y comunicativo, están encajados a su figura y a su habilidad artística.

Si bien este inicio de concierto ya dejó al público rendido a los pies de Martin Fröst, la siguiente obra: Klezmer Dances, despertó el entusiasmo del público. Fröst tocó dos de las danzas arregladas por su hermano Göran Fröst que están llenas de alusiones a los ritmos y armonías tradicionales de la música klezmer. Así la Klezmer dance nº 2 estaba llena de estos elementos así como otros simpáticos guiños a compositores tan reconocidos como Stravinsky o Sibelius.

La Klezmer dance nº 3 consistía en un arreglo del “Let’s be happy” del clarinetista argentino Giora Feidman, a lo que Fröst hizo una broma antes de empezar a tocar la obra retitulando a la danza nº 2 “Don’t worry” en una clara referencia a la conocida canción de Bobby McFerrin. En resumen: pura música klezmer, fuegos de artificios, notas rápidas y diversión para un público entregado.

Después de la pausa pudimos ver en acción el potencial de James Feddeck: el joven director neoyorquino supo extraer el máximo potencial de la OBC en una obra monumental como es la Sinfonía n.º 1 de Edward Elgar. Una pena que el público menguara en esta segunda parte del concierto; parece que Fröst se llevó consigo buena parte de los asistentes. El trabajo de Feddeck con la orquesta fue sensacional tanto en los contrastes dinámicos como instrumentales, el equilibrio de las voces creó la unidad necesaria para una obra tan densa y impresionante. Este equilibrio también es presente en la estructura y el uso de los recursos melódicos: un motivo que nos transporta de movimiento en movimiento.

La primera sinfonía de Elgar nos lleva a pensar sobre la conocida frase de Mahler ‘una sinfonía debe ser como el mundo: debe abarcarlo todo’; quizás las sinfonías de Elgar no son tan conocidas como las de otros compositores de su época aunque sí se inspira en la concepción sinfónica del momento. En esta primera sinfonía se observa el carácter musical del autor, una obra tardía dentro de su producción —acaso un paralelismo con Brahms— pero que recoge todo su lenguaje musical y personal.  Así como decía Mahler, la sinfonía es un mundo: el mundo de su compositor.

auditori.cat

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