Cultura, segura, en L’Auditori con Pahud
CARLOS GARCIA RECHE DIC. 13, 2020 (@ May Zircus)
Razonablemente menor en comparación con otras temporadas, fue el número de asistentes que recibió el pasado viernes 13 de diciembre L’Auditori en una de las citas más especiales de final de año. La sesión ofreció un programa exclusivamente francés, que incluyó obras de Debussy y Ravel y el estreno nacional del Concierto para Flauta del compositor Marc-André Dalbavie, dedicado al solista Emmanuel Pahud. Las circunstancias sanitarias fueron obviamente, la principal razón de la multitud de butacas vacías que rodeaban el escenario de la OBC, que también contribuyó con plantilla reducida y distancia entre músicos. Además, el programa se repitió el pasado sábado 12, mientras que este domingo 13, se ofreció una retransmisión gratuita en streaming a través de L’Auditori Digital, plataforma que en poco menos de un mes ya ha recibido más de siete mil quinientas visualizaciones de los conciertos que se ofrecen.
No sin una substitución de ultimísima hora –Kazushi Ono ya comunicó su ausencia por cuestiones de salud- la batuta del suizo Baldur Brönnimann, reputado director internacional y titular de la Sinfónica do Porto, fue el encargado de suplir a la de Ilan Volkov en este programa “a la francesa”. Probablemente relacionado con ello, la Sinfonía en de Do de Bizet, obra prevista en el programa, fue reemplazada –para mayor gusto del público- por la suite Ma mare, l’Oye de Ravel, compuesta inicialmente en 1910 como una serie de piezas para piano a cuatro manos, orquestada un año después para una versión ballet. Ya en su intencionada sencillez inicial como pieza pianística, Ravel concibió una inextinguible fuente de imaginación orquestal, donde pudo recrear la “poesía de la infancia”, evocando fantasía y fábula.
De fantasía y fábula también se nutre la pieza cabecera del programa, el imperecedero Preludio a la siesta de un fauno, basado en un texto de Stéphane Mallarmé, considerado por muchos, el inicio de la música moderna. Con poco más de treinta años –se estrenó en 1894-, Debussy ya demostraba una absoluta maestría orquestal, y convirtió el célebre pasaje inicial en una de las melodías más famosas para flauta. Así pues, y pesar de las nuevas medidas, pronto pudo apreciarse que no silenciar el teléfono móvil seguía siendo una costumbre vigente.
El concierto comenzó con la obra de Debussy, que se inició a su propio tempo, algo ligero, pero muy correcto en líneas generales. No obstante, sí pudo apreciarse alguna carencia sonora derivada de la reducción de plantilla. Por ejemplo, se notó una falta de peso en las cuerdas, a partir de la mitad de la pieza, cuando éstas interpretan uno de los más bellos pasajes de la obra –justo antes interpretado por las maderas- mientras las flautas se contraponen con tresillos, que en este caso opacaron casi por completo su lirismo.
La última pieza de esta vichyssoise fue la fabulosa suite de Ravel del ballet Ma mare, l’Oye, donde Brönnimann sí pudo extraer lo mejor de la OBC en una partitura repletísima de matices orquestales. Desde la Bella durmiente, pasando por las pagodas y por el Jardín encantado, aquí sí pudo oírse una orquesta equilibrada en todas sus secciones, especialmente la de cuerda que, a pesar de las limitaciones, sí pudo ofrecer una interpretación más que convincente. A destacar la percusión en general –esos exigentes pasajes pentatónicos en Laideronnette, Impératrice des pagodes– y las intervenciones solistas, como el bellísimo dueto de concertino y primera viola.
ESTRENO NACIONAL
El turno del solista Emmanuel Pahud llegó por fin para presentar a L’Auditori la obra que le dedicó Dalbavie en 2006, Concerto pour flûte –inédito en España-, el primero de una larga lista de estrenos procedentes de ilustres compositores del panorama actual. No por nada, es considerado uno de los mejores flautistas del mundo, y no por nada, su regreso a L’Auditori ha sido muy esperado. La propuesta de Dalbavie, nacido en 1961 en Neuilly, compositor de primer nivel internacional, puede resumirse en una búsqueda no tanto por el contraste sino por la fusión de secciones, tanto a nivel tímbrico, como a nivel melódico-armónico, sobre todo por sus puntos de encuentro en forma de unísono, ecos y materiales comunes. Su apuesta por las resonancias amplificadas con vibráfono y, por el virtuosismo, constituyeron dos de los aspectos más interesantes de la obra. Se aprecia la influencia impresionista de los maestros que comparten en esa búsqueda de “color” que parece caracterizar su estilo, definido por la crítica como “otro tipo de contemporánea”. Incluso aparece una cita casi literal del inicio del Prèlude de Debussy a mitad de la obra.
Bajo la batuta de Brönnimann, de amplia trayectoria en música contemporánea, la obra de Dalbavie sonó elocuente y misteriosa a partes iguales. Pahud se encargó de dotarla de virtuosismo con frecuentísimas escalas, notas repetidas –además de frullatos- y algún que otro slap –efecto labial percutido- en una partitura donde no abundan demasiadas técnicas extendidas, pero que Pahud sorteó con habilidad. La OBC también respondió de forma muy concluyente a la partitura del galo, desde la sección de percusión ampliada, a las cuerdas, dotando al conjunto de una sonoridad gruesa cuando se requería, gracias a unos sólidos bajos. La reducción de plantilla no pareció mermar en el resultado orquestal, a pesar de que algunos pasajes parecen estar diseñados para funcionar como orquesta de cámara al tratar individualmente la articulación de primeros y segundos violines. La sección viento-metal resultó contundente en los tutti y las intervenciones individuales de arpista y percusionistas siempre acertadas.Cabe destacar el esfuerzo por parte de L’Auditori por mantener a flote la cultura con una mano y con la otra, mantener las normas sanitarias; un malabar muy logrado y positivo, teniendo también el detalle de agradecer por megafonía la asistencia del público. Además del aforo reducido y una razonable distancia entre “públicos”, el hecho de avanzar el concierto, el evitar el entreacto, el sustituir el programa de mano por uno digital, el suprimir el servicio guardarropa y el bar, son parte de las medidas esenciales de esa “cultura segura” por la que muchos abogan, y que resulta esencial para nuestra sociedad.