El magisterio de Mas
By JOSUÉ BLANCO MAR. 5, 2017
Parece que al “fantasma del viejo Klingsor, alias R. Wagner”, con palabras de Debussy, le cuesta abandonar el Auditori, y sin duda, nos alegramos de ello.
Si bien la semana pasada la OBC, encabezada por Kazushi Ono recurrió a las oberturas y pasajes operísticos del autor, este fin de semana Wagner compartía escenario con otros dos maestros de la música y cuento bien, puesto que aparte de Bruckner, sobre el escenario también destacó otro personaje: Salvador Mas. Pues mientras Wagner y Bruckner sentaban cátedra de composición y orquestación, Mas impartió su habitual clase de dirección, que tan buenos recuerdos trajo a los más nostálgicos.
Durante la primera parte pudimos disfrutar de un Wagner poco usual: un Wagner sinfónico y algo más dulce de lo habitual, un Wagner que se puede programar en una primera parte de un concierto sin tener que cercenarlo, un Wagner que se puede tocar con una orquesta reducida. En definitiva: el Idilio de Sigfrido, el regalo sinfónico que Richard ofreció a su mujer Cósima para su 33º aniversario. Sin duda, aunque es una obra breve y con un matiz más personal, esta obra describe perfectamente el lenguaje y carácter de un Wagner ya maduro, próximo a los 60 años y que claramente comparte elementos con la tetralogía del anillo, en concreto con la 3ª (ópera), Sigfrido.
Después de la pausa nos esperaba la 7ª Sinfonía de Bruckner; magistral elección haber unido estas dos obras. No hay duda que Wagner influyó y guió a muchos de los grandes compositores que vinieron tras él, entre ellos Bruckner, y en concreto en esta 7ª sinfonía (contribuyó) de forma personal, puesto que Wagner murió en el transcurso de la composición de dicha sinfonía y los beneficios del estreno se destinaron a la construcción de una estatua en honor del compositor.
Detalles biográficos aparte, esta sinfonía, quizás junto con la 4ª, es una de las más celebradas y imponentes del compositor. Este hecho, aún así, no intimidó a un Salvador Mas muy seguro (de sí mismo) que afrontó el reto sin partitura, al más puro estilo Celibidache, convirtiendo los siguientes 70 minutos de concierto en un auténtico espectáculo de fuegos artificiales, frases delicadas, explosiones sensoriales, silencios dramáticos y pasajes catárticos.
Destacó sin duda el (movimiento) Adagio, que conjugó todos estos elementos de forma magistral dejando a más de uno sin aire. También en este movimiento se daba (sucedió) otro punto significativo de la sinfonía: la única participación de los dos percusionistas sentados junto a los timbales. Bromas aparte, que los responsables de comunicación y publicidad bien supieron aprovechar en las diferentes plataformas, este hecho también nos habla del lenguaje propio de Bruckner y su uso de la percusión, tan lejos de la concepción malheriana, que nos lleva a preguntarnos si hubiera cambiado mucho ese glorioso final del Adagio sin la intervención del triángulo y los platos, como propone la edición de Haas. Personalmente (me inclino, escojo, elijo, prefiero) me quedo con la versión que Salvador Mas escogió para el concierto (del pasado domingo).
No podríamos concluir sin señalar la brillante interpretación de la sección de viento metal a lo largo de la sinfonía: sin duda estaban cómodos en su terreno y supieron estar a la altura. En concreto el cuarteto de tubas wagnerianas que Bruckner incluyó por primera vez en esta misma sinfonía y que se quedarían en la plantilla a partir de entonces, otra relación simbólica y musical más con Wagner si se quiere ver así. Se ve que Juan Manuel Gómez no solo se siente cómodo con la trompa, sino que también es capaz de hacer maravillas con este instrumento, cómo se demostró en el mismo Adagio. Bravo por él y sus compañeros y bravo para el maestro Salvador Mas: una vuelta a casa más que excelente.
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