El séptimo mundo de Mahler
JOSUÈ BLANCO OCT. 21, 2019
Cada Sinfonía de Mahler es un mundo en sí misma, universos llenos de experiencias sonoras y que componen el imaginario de uno de los compositores clave en la historia de la música. La OBC junto con Markus Stenz nos ofrecieron este fin de semana la ‘Sinfonía n.º 7 en mi menor’ de Gustav Mahler.
«Para mí, escribir una sinfonía es como construir un mundo» Esta sigue siendo una de las frases más conocidas de Gustav Mahler y, sin duda, expresa perfectamente la comprensión del autor respecto al género sinfónico, al que dedicó casi la totalidad de su obra.
Cada sinfonía es un testamento del pensamiento musical, artístico y vital del compositor, mundos diferentes donde explora toda la gama de registros musicales posibles, llevando al límite tanto la armonía, la estructura como la instrumentación o las propias características de los instrumentos propios, o no, de la orquesta.
La séptima sinfonía, es un claro ejemplo de todo esto, sigue la estela de la quinta sinfonía en cuanto a la emancipación de la estructura tradicional de la Sinfonía y recibe pinceladas de la orquestación de la sexta sinfonía, destacando el uso de los cencerros, un recuerdo de la sexta sinfonía, y las apariciones de un bombardino, o trompa tenor, la guitarra y la mandolina.
Quizás la singularidad de la séptima sinfonía radique en el avanzado pensamiento armónico de Mahler, donde se empiezan a desdibujar los límites de la tradición armónica, siguiendo la evolución armónica que ya se aprecia en las anteriores. Quizás por este motivo la Séptima era una de las sinfonías de Mahler favorita de Schönberg y de sus discípulos en Viena, quienes recibieron el testigo del trabajo de Mahler en su búsqueda sonora y de expansión de los límites armónicos.
Otro elemento que destaca en la construcción de esta sinfonía son las dos serenatas o nocturnos (Nachtmusik) que quedan divididos por el scherzo central, una construcción curiosa que evoca dos visiones de la noche. El mismo verano en que completó su sexta sinfonía, también escribió estos dos nocturnos que constituyen el núcleo de la Séptima. El verano siguiente, el compositor añadió los tres otros movimientos.
Todos estos elementos acaban por configurar una obra de delicada interpretación, enérgica y delicada, con una orquestación sublime, como en todas las otras sinfonías, que ayuda a acentuar la conducción de la tensión del discurso musical. El director alemán Markus Stenz estuvo al cargo del manejo de este discurso, alumno de Bernstein en Tanglewood la actitud corporal de Stenz es su mejor alegato, sin necesidad de batuta el director se las arregló perfectamente demostrando ser un gran conocedor del repertorio mahleriano, así como lo fue su maestro, siempre es una tarea titánica dirigir a Mahler y la voz de la experiencia siempre se nota.
Experiencia también perceptible en una OBC amplia y sin complejos, destacando el papel de la sección de metales, con los importantes solos del bombardino, la primera trompa y el trombón bajo, también destacar el uso de campanas y cencerros, tanto sobre el escenario como fuera de él, también fueron destacables los diferentes solistas de la sección de cuerda liderados por el concertino Vlad Stanculeasa.
En esta ocasión l’Auditori se mostró más lleno que de costumbre, demostrando la afición de los barceloneses por Mahler, uno de los compositores fijos en la programación de la OBC, aunque hacía ya cinco años de la última interpretación de esta séptima sinfonía bajo la batuta de Eliahu Inbal. Mahler siempre vuelve a Barcelona con la OBC.