
‘Hammer’ sacude el Liceu con su sátira feroz del consumismo
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ JUN. 30, 2025 (Fotos: ©Sergi Panizo)
Hay un estruendo contenido en el título y una advertencia en la propuesta. Hammer, la creación del coreógrafo sueco Alexander Ekman para la Göteborgsoperans Danskompani, que ayer debutó en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, golpea sin contemplaciones la superficie pulida de la sociedad de consumo y de las redes sociales. Bajo su aparente comicidad y sus juegos escénicos se esconde un bisturí afilado que disecciona nuestra obsesión con la imagen, el éxito rápido y la satisfacción instantánea.
Ekman, uno de los coreógrafos más provocadores de la escena europea, firma aquí una obra que combina teatro físico, danza contemporánea, humor absurdo y un aparato visual deslumbrante, con la complicidad indispensable de Katrín Hall en la dirección artística. Su estilo reconocible —entre el cabaret posmoderno y el ballet conceptual— funciona como un espejo deformante de nuestros excesos. En el Liceu, este espejo se desplegó con toda su potencia en un escenario transformado en terreno de juego distópico y delirante, donde los bailarines se convirtieron en figuras grotescas de nuestra sociedad del espectáculo.
Hay imágenes difíciles de olvidar. Modelos publicitarios en posturas ridículas, flashes que cegan, movimientos compulsivos que imitan el scroll infinito de Instagram, risas congeladas en muecas siniestras. La propuesta visual es de una riqueza asombrosa, con proyecciones, luces y decorados móviles que generan una atmósfera alucinada, como un shopping center onírico y cruel. Ekman entiende el escenario como un lienzo total, y en Barcelona se le aplaudió por esa ambición estética que no cede a la comodidad ni al buen gusto complaciente.
El cuerpo de baile de la Göteborgsoperans Danskompani estuvo sencillamente magnífico. Todos extraordinarios, brillantes en la precisión técnica y en la entrega teatral. Entre ellos nos enamoraron Mikaela Kelly y Rachel McNamee, que supieron dotar de matices a un material coreográfico complejo, repleto de contrastes y de transiciones vertiginosas del humor al malestar. Fue un recordatorio de la calidad de esta compañía sueca, una de las más innovadoras del panorama europeo.
La música de Mikael Karlsson es otro protagonista oculto pero decisivo. Su partitura alterna clústeres de cuerdas tensas con paisajes electrónicos y ritmos marciales. Resulta envolvente y perturbadora, capaz de sostener la tensión dramática y amplificar el sarcasmo de la escena. En el Liceu, sin embargo, se echó en falta la potencia que los subwoofers podrían haber aportado para transmitir con toda la fisicidad esos subtonos graves que Karlsson sugiere con tanta inteligencia.
Hammer no es un espectáculo fácil. Es transgresor y a ratos incómodo, pero esa incomodidad es su mayor virtud. Ekman no ofrece respuestas sino preguntas: ¿en qué nos hemos convertido? ¿Por qué compramos imágenes prefabricadas de la felicidad? ¿Qué queda detrás de la sonrisa congelada del influencer? Es un martillo que destroza el espejo para que miremos de nuevo.
Si se busca danza complaciente, hay otros títulos en cartel. Pero para quienes quieran salir del teatro con la mente inquieta y el corazón alerta, Hammer es una experiencia imprescindible. No deberían perdérsela.
(Alexander Ekman en el Liceu ©Sergi Panizo)