Saltear al contenido principal
Kozhukhin Y La Música Insubordinada

Kozhukhin y la música insubordinada

(Photo by Eva Ripoll)

By GERARD ERRUZ     MAY. 11, 2018

Sala grande del Palau, prisas del público por encontrar su asiento; algunos visitantes retratan los detalles de la arquitectura del lugar; una pareja de enamorados aprovecha su última oportunidad para encariñarse al fondo de los palcos. El resto leen las notas del programa o echan vistazos hacia atrás, entendiendo que de momento el espectáculo reside en el público mismo. Los aplausos iniciales parecen celebrar el final de este impase extramusical, la alegría de estar listos (o no) para escuchar lo que se nos ofrezca. La Orquesta de Cadaqués se sitúa en sus posiciones para recibir a las figuras invitadas para la ocasión: Vladimir Ashkenazy a la dirección, con una amplia carrera pianística llena de aciertos, y el joven pianista Denis Kozhukhin, que empieza a consolidarse como una de las figuras a seguir dentro del panorama pianístico.

La obra inicial del programa es el Concierto para piano n.º 3 de S. Rajmáninov, uno de los conciertos técnicamente más complejos del repertorio para piano. Kozhukhin ha impuesto su interpretación del concierto desde el inicio, llegando a enfatizar el tempo en algunos pasajes del primer movimiento. Ashkenazy, en una posición más comprometida, no ha conseguido conciliar el ímpetu del solista con la actuación dubitativa de la orquesta, a remolque en la mayor parte de la obra. La decisión del joven pianista, lúcida y convencida, ha llevado el concierto a un plano interpretativo donde la calidad de la voz del piano ya no se ampara una mayor o menor capacidad técnica, sino que se juega en el diálogo desatado entre intérprete y compositor. Como ya nos tiene acostumbrados, Kozhukhin se desenvuelve perfectamente en este escenario y consigue atrapar al público con su sinceridad, cantando cada voz, descubriéndonos nuevas facetas de una obra que ya ha pasado por las manos de innumerables intérpretes y orquestas durante más de un siglo. Los temas románticos del primer movimiento, y sobre todo los de la sección final Alla breve, han ido apareciendo con naturalidad, sin lirismos sobrecargados ni la necesidad de excederse en el rubato. Con los ojos cerrados, resollando en los pasajes de más intensidad, Kozhukhin admira y consigue alentar las respuestas de la orquesta. Los juegos melódicos con los solistas de la orquesta han funcionado, y los tutti finales sí que han encontrado la conducción y compenetración que pide la obra. El público, de pie, entregado, aplaudiendo junto a la orquesta, ha obtenido dos bises del pianista. El final del segundo, el famoso arreglo de A. Siloti sobre el Preludio BWV 855a de J.S. Bach ha propiciado susurros de admiración en la sala (“què bonic!“) y visible emoción entre los miembros de la orquesta. No siempre se encuentran estos regalos interpretativos, esta comprensión de la música, esta capacidad de conexión con el público.

La segunda parte del concierto, la Pastoral de L. van Beethoven, ha dado el protagonismo a la orquesta y a la dirección de Ashkenazy. La sinfonía no ha brillado, la orquesta no ha mostrado ni la potencia ni la seguridad necesarias para articular los diferentes paisajes campestres con total convicción. Pero la versión de Ashkenazy ha sido inteligente: una propuesta reposada, para controlar y poder saborear las ricas sucesiones armónicas de la obra. La carencia de dinámicas inicial ha ido desapareciendo hasta llegar a un segundo movimiento Andante molto mosso con serenidad y haciendo valer las incursiones programáticas de la obra de Beethoven: entre otras, las texturas que aparecen en los violonchelos y los “cantos de aves” en los vientos al final de la sección. La orquesta ha conducido acertadamente los siguientes enlaces y ha culminado los crescendos con convicción en los dos Allegros tempestuosos. El movimiento final de la obra deja un aire de esperanza en el ambiente, ese sentimiento que Beethoven encontraba en la naturaleza y que quiso plasmar para siempre en su sinfonía. Un público satisfecho ha ovacionado a la orquesta y al director, que se ha despedido a su manera: humilde, risueño, agradecido. Un concierto para recordar, y para recordarnos que estas músicas ya antiguas aún pueden remover al público con propuestas interpretativas valientes.

www.bcnclassics.cat

Volver arriba