Saltear al contenido principal
La Pasajera. La Memoria

La pasajera. La memoria

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     MAR. 18, 2024 (Fotos: ©Javier del Real)

A punto de cumplir 99 años, el 8 de agosto de 2022 fallecía Zofia Posmysz, símbolo vivo de la memoria de los campos de concentración nazis y de la persecución criminal llevada a cabo por éstos. Zofia Posmysz muere en la ciudad polaca de Oświęcim, mundialmente conocida por su nombre en alemán: Auschwitz. Paradoja del destino. Doble memoria, la del individuo y la del lugar. Auschwitz fue el primero de los tres campos de concentración en los que sorteó la muerte la escritora y periodista, de donde nació el germen de su obra o novela radiofónica “La pasajera de la cabina 45” de 1959, tres años más tarde novela como “La pasajera”, “Pasażerka” en el original polaco, y en 1963 como película. Con este recorrido no podía ignorar la ópera como vehículo idóneo para su expansión. Y esto ocurrió de la mano de otra víctima del nacismo. El también polaco Mieczysław Weinberg (1919-1996) que huye de Polonia cuando la Alemania del Tercer Reich la invade estableciéndose en la Unión Soviética y ganándose a lo largo de su vida la consideración de compositor soviético, que en un régimen como el de Stalin podía no significar nada en el delirio del dictador.

A bordo de un crucero

La vida de Weinberg fue la de una huida y búsqueda continua y concienzuda, parecida al caminar cuidadoso y tozudo sobre una cubierta de un crucero en plena tormenta con escasos remansos. Y en un crucero, transatlántico se desarrolla la acción presente de la obra de Zofia Posmysz y la de Mieczysław Weinberg, escenario para recordar el convulso pasado de sendas protagonistas. 

La pasajera, Op. 97” fue la primera de las cuatro óperas escritas por Mieczysław Weinberg, terminada en 1968 y sepultada en el ostracismo por el régimen soviético, y alguno posterior, hasta su estreno en versión semiescenificada en el Auditorio Internacional de Moscú el 25 de diciembre de 2006 y en versión escenificada en el Festival de Bregenz (Austria) el 21 de en julio de 2010, cuarenta y dos años después de su composición y catorce después de la muerte del compositor. Las siguientes tres óperas, “Felicitaciones, Op. 111” de 1975, “El retrato, Op. 128” de 1980 y “El idiota, Op. 144” escrita en 1985, fueron felizmente estrenadas en vida del compositor.

La presente producción corre a cargo del Teatro Real junto al Bregenz Festival, al Teatr Wielki de Varsovia y a la English National Opera con dirección de escena de David Pountney excelente en todo punto, conocedor del terreno en el que se mueve, afín al drama y a la partitura y acompasadamente acompañado por un trabajo de relojero suizo de Johan Engels, responsable de la escenografía, separando los dos niveles del escenario aunque integrados entre sí para representar esa unión fina y escondida entre el pasado a olvidar y el presente que no olvida, que rescata de la memoria dormida. Fabrice Kebour cierra el equipo de escena que, a cargo de la iluminación, coadyuva las emociones que Weinberg destila.

Dos mujeres. Marta y Lisa

El libreto corre a cargo de Alexander Medvedev, que será libretista de la tercera y de la cuarta de las óperas del compositor, que basándose en la obra de Zofia Posmysz sabe imprimirle la forma dramática precisa que necesita la ópera, participando de su resultado como obra de arte.

Sobre este dramatismo se construyen un edificio sonoro en el que las voces de los protagonistas son un pilar fundamental. Marta y Lisa son las dos protagonistas por excelencia, pasajeras las dos en los mismos cruceros pero con distintos destinos. La historia se construye de los recuerdos de Lisa durante el trayecto en transatlántico con su marido, el diplomático alemán Walter, a Brasil donde continuará su carrera diplomática y en donde primero vislumbra, intuye y después ve, confirma, que en el mismo crucero viaja Marta, antigua conocida suya. Conocida de cuando la tenía privada de libertad y dignidad en el campo de concentración de Auschwitz del que, contra lo que su memoria había guardado, consiguió sobrevivir. Esta visión produce el despertar de su anterior vida y el relato que hace de la misma a su marido, donde induce a pensar que se actuaba sin responsabilidad sobre lo que se hacía, que ella también era víctima del sistema y que en ocasiones permitía pequeños respiros a los presos, y que Marta, a la que creía muerta, casi nunca puso de su parte, tachándola de orgullosa. Ya se sabe, los oprimidos, los parias siempre son orgullosos para los guardianes de los tiranos. Marta, la presa sobreviviente, la alter ego de los autores, está a cargo de la soprano norteamericana Amanda Majeski, de maleable canto, en el sentido de adoptar dramatismo, canto popular, lirismo, de la misma manera acertada en cualquiera de sus registros. Sobrecogedora en toda su actuación pero especialmente en el canto de amor a la muerte sobre un tema popular polaco y en el epílogo de la obra, cuando impele a la conciencia para mantener la dignidad de aquellos a los que se le arrebató, o se quiso arrebatar, de forma abyecta y miserable. La mezzosoprano de origen griego Daveda Kabanas de corpulento y consistente registro medio y grave y resuelta banda alta es una Lisa completa, en la que no hay estado de ánimo, carácter, temor o anhelo que no se construya con los matices pertinentes, sabiendo dibujar la Lisa humana que sufre las culpas de su pasado de peón del crimen y la locura. Conmovedoras, emotivas ambas, en el más vasto sentido. Walter, el marido de Lisa, no ve nada que reprochar en el pasado de su esposa, del que solo le preocupa las posibles consecuencias que pueda tener semejante noticia sobre su carrera diplomática. El porte y la línea vocal del tenor austríaco Nikolai Schukoff es apropiado para su papel, elegante y seguro, en apariencia, de lo que es procedente en cada momento, de lo que es fiel vehículo su voz bien timbrada y colocada. El destino de Tadeusz, la pareja de Marta, es bien distinto al de Walter. Tadeusz, músico encerrado en el mismo infierno de Auschwitz que su prometida, es la encarnación de la dignidad aun en las peores condiciones. Obligado a ser un perrito faldero, un bufón del entretenimiento al que se le exige un vals para el disfrute de un comandante de las SS, cuando llega el momento de divertir a los verdugos con un vals, Tadeusz mantiene el compás ternario pero cambia al vals por una danza de origen español y rápida difusión mundial a partir del S. XVII, a través del prisma del todopoderoso Johann Sebastian Bach (1685-1750) con la “Chacona”, último movimiento de la “Partita para violín solo nº 2 en re menor, BWV 1004”. Culmen de la dignidad arrancada a tirones suena la Chacona bachiana hasta su descomposición y detención por parte de los verdugos del Holocausto, simbolizando el lema, aunque español, podría decirse mundial actualmente, de muera la inteligencia, mediante la rotura violenta del violín con el que ha interpretado la chacona. En lo vocal el barítono húngaro Gyula Orendt da una lección de humanidad y en el Tadeusz violinista podemos ver al holandés Stephen Waarts que consigue mantener a solas la tensión sobre el escenario. Tensión que mantiene las voces al límite en las compañeras de Marta en su encierro, empezando por la soprano rusa Anna Gorbachyova-Ogilvie en el papel de Katja, emocionando especialmente en el canto a capella de la escena “Ty., dalinuska, dalina, razdolie shyrokaje” del segundo acto basado en un canto popular ruso y continuando por Lidia Vinyes-Curtis y Marta Fontanals-Simmons, mezzosopranos españolas dando voz a Krzystyna y Vlasta respectivamente, junto a Nadezhna Karyazina, contralto rusa como Hannah y Olivia Doray, soprano francesa como Yvette; todas ellas forman el corpus carcelario que encarna la humanidad frente a la desesperación llevando las voces al límite de su escritura. Intervenciones secundarias pero básicas en la estructura de la obra son las de Bronka en la voz de la mezzosoprano rusa Liuba Sokolova, clara y potente, Alte por la soprano Helen Field que ya ha interpretado este papel en el Festival de Bregenz y en la Ópera Nacional Inglesa. Eficaces en sus papeles el bajo británico Graeme Danby y la terna de hombres de las SS, Hrólfur Sæmundsson, Marcell Bakonyi y el español Albert Casals en sus registros de barítono, bajo y tenor respectivamente.

Firme esqueleto

Asimismo el coro y la orquesta funcionan como el esqueleto perfecto para sustentar tan corpulenta masa sonora a la vez que frágil cuerpo. El coro responde como nos tiene acostumbrados y la orquesta levanta sobre nosotros una partitura compleja, rabiosa a la par que sutil con una destreza inducida y conducida por la directora lituana Mirga Gražintė-Tyla con potencial y seguridad propios de quien sabe lo que toca.

Tras la experiencia de “La pasajera, Op. 97”, escrita con la sangre del corazón como decía de ella Dmitri Shostakóvich (1906-1975) y de la escucha de la integral de sus diecisiete cuartetos de cuerda que abarcan 50 años, desde 1937 hasta 1987, no es descabellado ni osado pedir que las otras tres óperas suban al escenario del Teatro madrileño.

Más información:

teatroreal.es

Volver arriba