La sombra del fantasma ilumina el Tívoli
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ OCT. 5, 2025
‘El fantasma de la ópera’ ocupa desde hace décadas un lugar de privilegio en la historia del teatro musical. Estrenado en Londres en 1986 y convertido desde entonces en un fenómeno planetario, su fusión de melodías inolvidables, dramatismo romántico y un despliegue visual de primer nivel lo han elevado al rango de mito escénico. Barcelona no ha sido ajena a ese influjo. Desde su primera presentación en la ciudad, la obra ha generado la misma fascinación que en las grandes capitales del mundo, estableciendo una relación íntima con un público que ha sabido reconocer en ella tanto el poder del espectáculo como la hondura de su fábula, una historia que oscila entre la pasión desmedida y la condena del rechazo.
La llegada al Teatre Tívoli de esta nueva producción supone un acontecimiento singular en la vida cultural de la ciudad. No se trata solo de la reposición de un clásico, sino de la concreción de una de las mejores producciones que se han visto en Barcelona en los últimos años. La dirección escénica de Federico Bellone logra aunar el respeto por la tradición con un pulso contemporáneo que aporta frescura y dinamismo, sin renunciar en ningún momento a la atmósfera gótica que constituye la esencia de la obra. La escenografía despliega un juego de luces y sombras que hipnotiza al espectador y lo conduce sin pausa desde el brillo del escenario de la Ópera de París hasta los recovecos más oscuros de sus catacumbas. Los efectos especiales, precisos y envolventes, consolidan la sensación de asistir a un espectáculo total, donde cada elemento converge en una experiencia sensorial de primer orden.

Entre los intérpretes, la figura de Manu Pilas emerge con la fuerza de una revelación. Su Fantasma combina la fragilidad de un ser marcado por la soledad con la violencia de una obsesión sin límites. Hay en su interpretación una tensión constante entre el deseo y el abismo, sostenida por una voz poderosa que resuena con un timbre de singular magnetismo. Frente a él, Judith Tobella encarna a Christine Daaé con una pureza vocal que deslumbra. Su canto es cristalino y emotivo, y en su presencia escénica se advierte la mezcla de inocencia y determinación que el personaje reclama. La química entre ambos dota a la obra de una intensidad trágica que atraviesa toda la representación. El resto del elenco, desde Guido Balzarerri hasta Marta Pineda, pasando por Fran León y Enrique R. del Portal, muestra un nivel homogéneo y sólido que contribuye a la grandeza del conjunto.
Es justo mencionar, no obstante, una cuestión recurrente en las producciones de teatro musical en Barcelona. La orquesta en vivo, aunque correcta, no contó con las dimensiones mínimas que la partitura exige. La ausencia de una sección de cuerdas resta densidad a la textura musical y priva a ciertos momentos de la opulencia sonora que Andrew Lloyd Webber concibió. Sin embargo, ya nos hemos acostumbrado a esa limitación y no empaña el valor global de una función que brilla por su calidad artística y su impecable factura.

En un tiempo saturado de imágenes instantáneas y fugaces, el Fantasma sigue reclamando la paciencia del espectador para observar cómo la belleza puede ser a la vez refugio y prisión. La máscara funciona como metáfora del siglo porque oculta y revela, porque exige compasión y despierta miedo. Ver la obra en un teatro histórico de Barcelona es experimentar la permanencia del teatro como forma colectiva que conserva la capacidad de conmover, de hacer visible lo que el habla cotidiana intenta silenciar.
La noche del viernes 3 de octubre de 2025, tuve la fortuna de sentarme al lado de un ángel. No hablo en sentido literal sino en la medida en que la compañía humana puede transfigurar una sala. Aquella persona tenía la mirada atenta de quien conoce la vida por dentro y los silencios por fuera. Hablamos en susurros cuando las luces se encendieron, intercambiamos impresiones sobre un gesto, una nota, el modo en que una luz dibujó una lágrima en el rostro de Christine. Al despedirnos las palabras se volvieron promesa. Si es lectora de estas líneas, si fueras tú quien ocupó aquel asiento junto a mí, sabrás que la ciudad guarda en su teatro un lugar para la próxima cita. Por favor: veámonos en el próximo musical.
