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Las Goldberg De Zhu

Las Goldberg de Zhu

(Photo by Accentus)

By GONZALO VILLEGAS     ENE. 18, 2017

El pasado lunes 16 del nuevo año, mientras Trifonov tocaba Schumann, Shostakóvich y Stravinski en el Auditori de Barcelona, Zhu Xiao-Mei proclamó clara y únicamente una cosa: Goldberg. En apariencia, entró y salió de escena impertérrita cual Sokolov, no faltándole correspondidas ovaciones, distinguiéndose por un sentido agradecimiento a los allí presentes (Palau de la Música).

Xiao-Mei es aclamada actualmente junto con otros primordiales de la interpretación del legado de J. S. Bach. Quizás llevola a tal elección su pronta salida del proceso de segregación (y emigración a Estados Unidos) al que sometió la purga política y cultural de herencias confucionistas y legistas el ascenso al poder del comunismo en China, desterrando al medio rural a todo aquél que otrora respondiera a la tradición. En otras palabras: la carrera artística de quien hablamos fue drástica e ineludiblemente interrumpida hasta que logró abandonar el país.

Sacamos a colación las Variaciones Goldberg (cuya sombra arrastra siempre una curiosa leyenda sobre su origen y motivo de recibir tal nombre) y surge con frecuencia la pregunta de qué versión. Es muy socorrida la particular visión que tenía de ésta el canadiense Glenn Gould –basta preguntarle a F.-R. Tranchefort–, acerca del cual podemos constatar episodios y anécdotas similares para con tamaña fijación. Se puede ojear de su coetáneo Thomas Bernhard cómo éstos compartieron piso en Salzburg llamándose alumnos de piano de Horowitz (véase El Malogrado, de T. Bernhard) admirando el austríaco al canadiense por el altísimo grado de pureza que deseaba y lograba alcanzar.

Concerniente al recital que presenciamos de la mano de Xiao-Mei, debo aportar mis insignificantes discrepancias cuando de requerimientos de rápida articulación se trataba en los registros más graves del piano, denostando algunos pasajes que no necesariamente fueron escritos para pasar inadvertidos: ora una frase opaca, ora una direccionalidad incierta. Sin embargo, y para cambiar drásticamente el tono, no es con ello con lo que debe medirse, sino con lo que sí logró y en la medida en que lo hizo: un acto de intimidad y de recogimiento, uno tal que casi alcanza la sensualidad y la sinceridad entre la tecla y el dedo. Un Aria sobre la que van a gotear 30 variaciones (y no cabe sino esperar hasta las Diabelli de Beethoven para hallar parangón), entre las cuales los Cánones se apoyarán cuales chaconas sobre las primeras notas… un Aria así no puede llegar a “sonar” si no es porque la lleves en los poros, en la expresión del rostro, en la mente, en el moverse del cuerpo-y-brazo y hasta la yema de los dedos; todo ello a una.

Abandonando por la escalera custodiada por la mirada diacrónica del busto de Vidiella, una amiga le pregunta a otra ¿qué te ha parecido el Aria? Al descartar que esa pueda ser la vía de pedir opinión sobre el recital, ¿es posible que, sin saberlo, estuviese ahondando en la caudal y delicada cuestión de esos primeros compases y esa ornamentada melodía que irían seguidos de un desarrollo que duraría todo un partido de fútbol? Después de lo reflexionado antes sobre el Aria, quiero pensar que sí.

Huelga preguntarse sobre el futuro que se le cierne: ¿será encumbrada como Fischer, Schnabel, Tureck o Richter?

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