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Pócimas Y Engaños Seguros Para La Felicidad

Pócimas y engaños seguros para la felicidad

© Javier del Real

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     NOV. 1, 2019

En las últimas temporadas se ha hecho medianamente común algo que, como recurso escénico, parecía destinado a utilizar como singular, como es el comienzo de la escena antes del discurso musical propiamente dicho. En la presente producción una pareja de jubilados, o eso espero, entre la afinación de los instrumentos y el acomodo del público en sus asientos comentando, tosiendo, riendo y buscando su sitio, despliega su ropa en una sombrilla, preparándose para un preámbulo de amor, como el que Gaetano Donizetti (1797-1848) apunta, desarrolla y lleva al culmen a lo largo de una de sus óperas más celebradas: “L’elisir d’amore”, construida musicalmente sobre los cimientos rossinianos, también bebe del belcantismo y el romanticismo, llegando a ofrecer pequeños guiños como la cita beethoveniana de “Für Elise” en el primer recitativo de Nemorino del acto segundo, donde se corporiza la más conocida de las bagatellas del genio de Bonn, casi contemporánea, escrita 22 años antes, en una época en la que no existían los medios técnicos que en la actualidad inmediatizan todo, sin distinción, y a la vez lo convierten en viejo –esclavo de las modas fugaces y caprichosas- para una sociedad incapaz de apreciar lo genial entre la oferta gratuita que se nos presenta como ráfagas. No ocurrió con Donizetti que nos entrega una ópera que, a pesar de querer enmarcarla en el género bufo, transmite el drama del desamor y del desengaño como consecuencia de la habitual frivolidad que los personajes destilan en sus relaciones.

© Javier del Real

El amor en raciones Isolda

“L’elisir d’amore” se construye sobre un libreto de Felice Romani (1788-1865), trabajado sobre un libreto anterior de Eugène Scribe (1791-1861) sobre el mismo tema de Daniel François Esprit Auber un año antes, consiguiendo Donizetti un tremendo éxito inesperado por él mismo. Sin duda la música es parte fundamental de dicho éxito, siendo rica, colorida y sutil por momentos para la orquesta y una efectiva composición vocal tanto en los solistas como en las escenas corales, donde el coro aparece como un auténtico sexto protagonista. La escritura orquestal deja ver desde el inicio, con el uso de las maderas y metales, hasta las arias más esperadas como Una furtiva lacrima, con el fagot previo al dulce canto de Nemorino, y el arpa y pizzicato de las cuerdas, un trabajo colorista, melodramático y detallista más allá de lo que se podía esperar de una ópera cómica.

El argumento de L’elisir es conocido. Se desarrolla en una zona costera del País Vasco y toma como excusa la lectura de la protagonista, Adina, del amor de Tristan e Isolda, al cual el héroe llega gracias a un brebaje mágico, brebaje que todos ansían y que Nemorino, cual desgraciado enamorado de Adina, perseguirá aún a costa de perder su libertad y ponerse a las órdenes del rufián Belcore, tercer componente del triángulo amoroso al cual Adina aceptará tomar como esposo. Todo ello teje una red de malentendidos y de frivolidades y despechos que el autor sabe manejar con maestría hasta un final agradecido en el que cada uno encuentra su lugar dentro del amor.

© Javier del Real

El chirriante color del amor

Para ello Damiano Michieletto sitúa la escena en una playa con chiringuito, donde trabajan y se dan cita los protagonistas. Visión playera muy pop y colorista, heredera de los anuncios de vacaciones en el Caribe. Es una puesta en escena efectista que consigue su objetivo y no desnaturaliza el alma de la ópera. El trabajo con los cantantes y actores es ejemplar, obteniendo de éstos que sean capaces de moverse en el escenario y cantar con naturalidad, ya sea en una batalla de tumbonas o empapados bajo la ducha.

Mención especial en esta escenografía merecen también Paolo Fantin, Silvia Aymonino y el iluminador Alessandro Carletti, cómplice del juego de luces que dan color al chirriante escenario pop.

Andina y Nemorino

Andina y Nemorino, pareja de protagonistas del relato donizettiano, están encarnados en el segundo reparto del día 30 de octubre por Sabina Puértolas, soprano navarra y por el tenor Juan Francisco Gatell. A la primera tuvimos la oportunidad de escucharla en el papel de Ilia en el Idomeneomozartiano de la pasada temporada. Bello timbre el de la soprano española, acompañado de un fraseo y matices que la hacen atractiva en su papel, si bien la línea vocal se queda en ocasiones sin demasiado cuerpo haciéndola frágil y escasa, lo cual ocurre también con su enamorado Nemorino, que en la voz del tenor hispanoargentino queda sepultado en ocasiones bajo el tutti orquestal o el juego coral. Borja Quiza, barítono lírico coruñés, hace un divertido Belcore, en su papel de capitán mujeriego o de chulo-playa. Mercurio en La Calistode la temporada pasada, reproduce las virtudes y las carencias que ya tuvo entonces como la afinación o el paseo por la región grave. El bajo rumano Adrian Sampetrean da vida al charlatán Dulcamara, siendo de lo mejor del reparto. Despliega su canto con cuerpo y rotundidad, llegando a los registros extremos en su escritura sin los devaneos y desfallecimientos de sus compañeros de reparto. En su voz suenan frases como “el cálido afecto de la patria puede obrar grandes milagros”, o “como soy paisano vuestro” sin serlo, dentro de su charanga barata con la que vende las recetas mágicas que todo lo sanan y todo lo arreglan, tan de moda hoy en día, cuando nos estamos acostumbrando a dar pábulo a tanto charlatán con afecto a obrar grandes milagros por la patria.

© Javier del Real

Orquesta y Coro

El coro bajo la dirección de Andrés Máspero nos tiene acostumbrados a grandes interpretaciones y la Orquesta Titular del Teatro Real ha alcanzado niveles más que dignos. Todo ello se tambaleó bajo la dirección de Gianluca Capuano, el cual no consigue poner de manifiesto el entramado melodramático que Donizetti requiere. La orquesta sonaba descompensada entre las diferentes familias, a excepción de los momentos solistas siempre acertados, tanto en arias como en recitativos, sepultaba bajo su masa a las voces solistas anulando así cualquier resultado aceptable de las arias, dúos, etc. En menor medida el coro también fue víctima de Capuano.

En definitiva, una noche en la que una obra agradecida y con enganche para el gran público se salva por un charlatán y un escenario pop. Reflejo fiel de la sociedad en la que estamos viviendo.

teatroreal.es

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