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Puccini En Carne Viva En El Liceu

Puccini en carne viva en el Liceu

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     OCT. 31, 2025 (Fotos: ©Toni Bofill)

El 30 de octubre de 2025 el Gran Teatre del Liceu acogió a Roberto Alagna, acompañado por el pianista Jeff Cohen, en una velada íntegramente dedicada a Puccini. El programa, articulado en arias de óperas que van desde Le Villi hasta Turandot, fue una declaración de amor al compositor y también un ejercicio de memoria sobre el tiempo y sus huellas en la voz.

Alagna, tenor francés de origen italiano, posee todavía una dicción cristalina y una tesitura media de una belleza que conmueve por su naturalidad. Su canto conserva el brillo que lo hizo figura central de la escena lírica de las últimas décadas, pero ahora el color ha adquirido un leve matiz de bronce, signo de madurez más que de desgaste. En los agudos asoma el paso del tiempo y la respiración se acorta, pero lo que se pierde en frescura se gana en sabiduría expresiva. En E lucevan le stelle o Ch’ella mi creda, el fraseo fue de una delicadeza conmovedora, y la emoción se sostuvo no en la potencia sino en la palabra. 

El punto discordante de la velada vino del acompañamiento. Jeff Cohen no logró alcanzar el nivel de exigencia que un recital de este calibre demanda. Su piano careció de relieve dinámico y de flexibilidad, y las adaptaciones de los intermezzos orquestales —presentadas para ofrecer descanso al tenor— resultaron artificiosas e incompresibles. Si el propósito era dar un respiro, habría sido más honesto ofrecer páginas concebidas para el instrumento. En lugar de contraste, se obtuvo dispersión.

El público, generoso hasta la devoción, aplaudió con fervor y obtuvo una sucesión de bises que diluyeron la intensidad lograda en la parte central del recital. Sin embargo, en medio de la abundancia de aplausos, persistió la impresión de haber asistido a un acto de amor genuino hacia Puccini. En la voz de Alagna, a pesar del desgaste, la emoción seguía intacta, y por un instante el Liceu recordó que la verdad del canto no siempre reside en la perfección técnica, sino en la fragilidad humana que la sostiene.

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