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Un Viaje Entre Siglos Y Pasiones

Un viaje entre siglos y pasiones


ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     JUL. 24, 2025 (Fotos: Bernard Rosenberg)

En las noches de Pietrasanta, cuando el claustro de Sant’Agostino se llena de silencio expectante, la música no solo suena, respira. A veces se desliza como un susurro del pasado, otras como un latido del presente que nos desarma. El 23 de julio, esa respiración fue tango y fue historia. El Guttman Tango Quintet ofreció una de las veladas más deslumbrantes del festival. No por el brillo fácil, sino por la hondura. Por la inteligencia musical que se desplegó sin artificio. Por el respeto a la tradición y la osadía de reinventarla.

El repertorio, que fue de Bach a Prokoviev, de Mozart a Satie, pasando por otros compositores, se presentó ante el público no como una sucesión de piezas, sino como un tapiz sonoro entretejido con rigor, belleza y coherencia. La verdadera protagonista silenciosa de esta travesía fue la compositora y arreglista Chloé Pfeiffer. Cada obra sonó nueva sin dejar de ser ella misma. Sus arreglos fueron auténticas filigranas, llenas de sensibilidad, conocimiento histórico y una minuciosa comprensión de las posibilidades expresivas de cada instrumento.

Lo que ella logra no es solo arreglar. Es traducir siglos de música a un nuevo idioma sin perder la esencia. Bach vibró con alma rioplatense, Schumann respiró en síncopas, Brahms se dejó abrazar por un bandoneón sin resistencia. El tango, más que estilo, fue aquí un prisma. Un modo de mirar. Una manera de conectar tradiciones que, bajo otras manos, podrían parecer distantes. Qué lástima no haber contado con la presencia de Pfeiffer entre los músicos. El aplauso sostenido que cerró la noche merecía alcanzarla. Fue, sin duda, suyo también.

El quinteto, por su parte, rozó la excelencia en cada compás. Michael Guttman volvió a mostrarse como mucho más que un violinista excepcional. Su liderazgo artístico, su intuición para construir el fraseo colectivo, su manera de respirar con los demás, elevó la interpretación a ese lugar donde lo técnico y lo emocional se funden. Lysandre Donoso al bandoneón aportó el alma cruda y precisa que el estilo demanda, siempre al servicio de la música y no del efecto. Ivo de Greef en el piano fue pura elegancia y sostén, capaz de crear atmósferas y sostener diálogos con todos. El violonchelo de Stijn Kuppens ofreció calor, canto y profundidad. El contrabajo de Ariel Eberstein fue raíz, impulso y abrazo rítmico.

El resultado fue un concierto que no necesitó grandes gestos para dejar una huella duradera. En un festival donde la excelencia abunda, esta velada brilló por su cohesión, su originalidad y su hondura. Porque no solo se escucharon obras bellas. Se asistió a una idea poderosa de la música como puente entre tiempos, estilos y emociones.

Quizá esa sea la verdadera virtud de Pietrasanta in Concerto. La de ofrecer no solo grandes nombres, sino ideas musicales capaces de emocionar y de invitar a la reflexión. Cuando el aplauso se apagó y el público fue saliendo en silencio, algo quedaba aún resonando en las piedras del claustro. Un eco antiguo y nuevo. Un murmullo de siglos que, por una noche, bailaron juntos al compás del tango.

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