El Real vence con “La Traviata”
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ JUL. 10, 2020 (© Javier del Real)
“In me rinasce. M’agita insolito vigore!”
No es exagerado utilizar las últimas palabras de Violetta para expresar lo que significa la vuelta a los escenarios en el Teatro Real, único entre los de su especie, pues ningún teatro del mundo se ha atrevido a terminar la presente temporada, albergando serias dudas de si comenzarán la próxima temporada. Hay que celebrar, felicitar y aplaudir la apuesta del Coliseo madrileño y el esfuerzo realizado con determinación y acierto, máxime si consigue que durante 2 horas y 45 minutos nos olvidemos de llevar una mascarilla aunque se la veamos a los profesores de la orquesta puesta.
NUEVA NORMALIDAD
El escenógrafo en esta ocasión lo es dentro y fuera del escenario, aquél que ha modificado los hábitos (deshábitos ya) de nuestra existencia: COVID-19, marcando debida y sanitaria distancia entre los intérpretes, tanto en la escena como en el foso. Leo Castaldi ha concebido el espacio escénico en el que podía desarrollarse la trama y no puede ser con más fortuna. Las cuadrículas que delimitan el espacio personal son también las cuadrículas de las celdas de las convenciones y limitaciones de cada uno. De la virtud aparente y de manual de Giorgio Germont, que justifica todo su proceder porque Dios le inspira y así lo manda; de los temores, celos y rencores de Alfredo Germont y del deleite sin freno, primero, y el amor ciego y sin condiciones, después, de Violetta Valéry, perfectamente envuelto en la iluminación de Carlos Torrijo, responsable junto a Leo Castaldi de ofrecer una versión que define a la perfección la llamada “nueva normalidad”.
La Traviata de Giuseppe Verdi (1813-1901) inaugura así, con 27 representaciones, la “nueva normalidad”. La historia de una popular cortesana, querida, admirada y deseada por todos los altos representantes de una burguesía que era capaz de disfrazar entre eufemismos sus flaquezas morales a la vez que, sin pudor, se erigen en mensajeros directos de la intención divina para imponer sus caprichos y convenciones. Cortesana que cuando aparece su enfermedad, la tuberculosis sin cura del siglo XIX, se descubre sola y abandonada de aquellos que un día la rodeaban con lisonjas. Aislamiento al que se le somete que parece extraído del momento actual.
Es Francesco Maria Piave (1810-1876) el encargado de dar forma al texto de La Dame aux camélias de Alexandre Dumas hijo (1824-1895) corporizando la visión de Giuseppe Verdi sobre esa mujer independiente y decidida, aunque también con sus dudas y temores, que podía ser reflejo de aquella que le acompañó durante gran parte de su vida: Giuseppina Strepponi (1815-1897)
No deja de llamar la atención que cuando volvamos en septiembre a la nueva temporada, será también el maestro de Busseto el que la inaugure con otro título premonitorio: Un ballo in maschera.
TERCER REPARTO
La soprano rusa Ekaterina Bakanova da vida (y muerte) a Violetta, desde unos inicios algo movedizos que no tarda en afianzar hasta una segura interpretación, siempre en el registro dramático más que en los que acompaña a la vida disoluta del primer acto, en escenas como el dúo con Giorgio Germont en el segundo Acto o la última escena del tercero, donde nos deleita con suspendidos filados llenos de emoción. Su interpretación mereció el reconocimiento del público y prolongados aplausos. Alfredo es encarnado por el tenor norteamericano Matthew Polenzani tiene una voz correcta que en ocasiones aparenta destemplada, falto de la expresividad y el timbre dulce y cálido que esperamos de Alfredo. Su padre, llevado a las tablas aquí por el barítono gallego Luis Cansino dio muestras de buen hacer escénico, que consigue traspasar, sin quebrar, las limitaciones impuestas por el virus, el de las tablas y el de la platea. Su interpretación, posiblemente la mejor del reparto masculino, dúctil, robusta, fraseada, matizada y tranquila sonó natural y fluida, más que digno canal del estilo verdiano. La mezzo alicantina Sandra Ferrández aunque de breve incursión como Flora Bervoix consigue darle a ésta una personalidad propia, divertida, ligera y afable con cada una trabajada impostación. Lo mismo ocurre con la otra mezzo del reparto, Marifé Nogales, de timbre atractivo, templado y con el cuerpo necesario para transmitir en cada escena lo que Verdi pide. Ambas mezzos pudieron demostrar sus capacidades mejor que en sus papeles de las valquirias Waltraute y Grimgerde de febrero de este año. Del grupo de aristócratas Albert Casals como Gastone, vizconde de Létonières y Tomeu Bibiloni como el marqués de Obigny defienden su papel de manera y forma acertada, siendo menos afortunado en esta representación el barítono zaragozano Isaac Galán, costándole dar credibilidad al personaje. Agradecida la aparición del veterano bajo Stefano Palatchi como el doctor Grenvil quien demuestra, aún en un papel menor, que quien tuvo retuvo.
NICOLA LUISOTTI
El maestro Luisotti que ostenta el cargo de Director Principal Invitado del Teatro Real dirigió, separado de la orquesta mediante una transparente mampara, con gesto suave pero conciso una lectura sin excesos pero sin desfallecimientos, que realzaba las voces dentro del conjunto instrumental. Orquesta y Coro, dirigido éste por Andrés Máspero, se han desperezado rápidamente de 90 días de silencio, y lo están demostrando durante 27 sesiones de La Traviata.
Firme convicción la del Teatro Real cuando convierte en final de la ópera las últimas palabras de Violetta, Ah! ma io ritorno a vivere…Oh! gioia!; eliminando el lamento de Annina, Germont (padre), Alfredo y el doctor por la muerte anunciada; invitación y alegato a un renacimiento más fuerte que el desánimo que la enfermedad provoca alrededor.
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