La vacuna de Bach: la técnica al servicio del alma
CARLOS GARCÍA RECHE JUN. 21, 2021 (©Barbara Rigon)
El reciente y caluroso lunes 21 de junio acogió el esperado regreso de Jordi Savall a los grandes escenarios de la ciudad Condal, o al menos a L’Auditori. La ocasión supuso un vendaval de aire fresco para una temporada marcada por las cancelaciones y la adaptación a las nuevas medidas, y es precisamente el departamento de Antigua el que ha sido a lo largo de los meses, uno de los más afectados. El maestro de Igualada afrontaba con su serenidad habitual la resurrección de la colosal Misa en si menor BWV 232 de Bach, que Savall resume con «equilibrio entre emoción, virtuosismo y pureza», liderando su arsenal de músicos y cantantes provenientes de Le Concert des Nations y la Capella Reial de Catalunya. En 2011 Savall la grabó para el sello Aliavox.
La de la Misa en si menor es la historia de otra colosal obra que nunca se interpretó en su totalidad en vida del compositor. Puede entenderse que fue concebida a lo largo de veinticinco años y comprendió tres periodos de creación que los estudiosos fechan alrededor de 1724, 1733 y 1747. El germen de la misa proviene del Kyrie y el Gloria, que Bach envió al Rey de Polonia Federico II para seducir su interés. Muchas de sus partes fueron reutilizaciones de obras anteriores –«parodias», en el sentido antiguo del término- como ocurre en el Oratorio de Navidad y en tantas otras. En sus últimos años de vida, Bach completaría las partes restantes en aras de una creación que trascendiera la posteridad y abrazara el cristianismo en su totalidad, concibiendo el catolicismo y su ferviente luteranismo como partes de un todo. No en vano, fue considerada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2015.
La apuesta por una formación casi de cámara y una reducida Capella –veinticinco entre solistas y cantantes- confirmó las intenciones de Savall de conservar el espíritu intimista y acercarse a una sonoridad de época, no solo por el uso de instrumentos antiguos sino también por el tamaño del coro, alineado con corrientes contrarias al uso de grandes coros para cantar Bach y potenciar el contrapunto vocal. Entre el «coro favorito» -solistas-, caras conocidas como la del bajo Thomas Stimmel, el tenor Martin Platz o el contratenor Raffel Pe entre otros, sumadas a las de Hana Blažíková y Sophie Harmsen.
El colocar los traversos en primera fila supuso grandes ventajas a la formación, liberando la agilidad de las flautas y concediendo mayor expresividad y protagonismo. Parecido el caso de la trompa antigua –corno da caccia-, mucho más útil cerca de las maderas que de las trompetas. El órgano di legno optado por Savall respaldó los requisitos instrumentales de Bach, y se conformó un continuo útil en las arias y en la pequeña formación, aunque de poca utilidad en los tutti orquestales.
SOLI DEO GLORIA: LA MISA
Tras una molesta interferencia de megafonía, hacía entrada el maestro Savall para ondear el primer capítulo de la misa de las misas del siglo XVIII. Un cuidado balance orquestal y una afelpada –y articulada- masa coral fueron algunas de las primeras impresiones que se destilaron a partir de los primeros compases del majestuoso Kyrie y su imperecedero tema principal. La altísima exigencia de virtuosismo y expresividad se mantuvo regularmente a lo largo de los veintisiete números, aunque en el pequeño formato varios de ellos resultaron algo más convincentes. Entre ellos, el primer dueto de sopranos en Criste eleison, de cálida compenetración que sentó precedentes de exquisitez para resto de la obra.
En el Gloria los de Savall firmaron alguno de sus mejores coros que equilibraron algunas imperfecciones en terrenos solistas de esta sección. De lo más memorable, sin embargo, destacó la voz de Harmsen entrelazada al solo de violín de Kraemer en Laudamus te. Alguna leve complicación pudo apreciarse en arias como Qui sedes ad dexteram Patris, entre un espectacular contratenor y delicadísimo oboe d’amore. Algo más complicada aun, fue el aria para bajo Quoniam tu solus sanctus, donde los fagots compensaron las limitaciones de la trompa da caccia, algo que no afectó al canto de Stimmel, aunque la proyección en los graves no fue algo fácil de consolidar.
Tras la breve pausa, en el Credo aguardaban las guindas del pastel, encabezadas por el primer número vocal del quinteto solista, muy inspirado y sin fisuras. Ya en el dueto Et in unum dominem, soprano y contratenor parecieron fundirse en una misma voz acompañada de su propio eco. Los coros a cuatro y cinco voces de Crucifixus y Et resurrexit probablemente cursaron como los mejores del concierto, con permiso de los últimos números.
Con el Sanctus y el Agnus dei llegaba la verdadera artillería, con números corales de seis y ocho voces sumidos a una inercia instrumental esplendorosa que poco tiene que envidiar a los conciertos de Brandenburgo. Un último gran número del contratenor Raffaele Pe dio paso a una colosal Dona nobis pacem que obtuvo la réplica de un entregado y numeroso público casi pos-Covid. Los asistentes, que no ocultaron su entusiasmo, laurearon a Savall y a su tropa durante larguísimos minutos de aplauso y ovación al recibir una generosa y necesaria dosis de la vacuna Bach.