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Idomeneo: Triunfo En El Real

Idomeneo: triunfo en el Real

(Photos by Javier del Real)

By JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     FEB. 21, 2019

PROMESAS A UN DIOS CRUEL

Idomeneo, Ré di Creta, K. 366, ópera seria de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estrenada 10 años antes de su muerte y revisada en 1786 para el estreno que llevó a cabo en el Palacio de Auersperg de Viena, puede considerarse sin ningún temor a equivocarse una obra maestra, en la que el genio Salzburgués nos pone desde el primer momento ante una explosión de sensaciones, en la que se funden, alternan y dialogan los contrastes en escena y en carácter. Ni uno solo de sus recitativos resulta ni simple ni tedioso, no digamos pues el resto. Coros, arias, dúos, tercetos y el cuarteto del acto III, no detienen la escena como ocurría con el género de ópera seria hasta entonces y ello se debe a que Mozart impuso su propio criterio al del libretista, el canónigo Giovanni Battista Varesco (1735-1805), consiguiendo un libreto que trata la culpa, el remordimiento, la venganza, el compromiso, la solidaridad, las promesas a los dioses y el amor, amor triunfante, dulcificando la crueldad que emana del Idomeneo homérico. Dioses que, como siempre, marcan la existencia del ser humano y que vengan de donde vengan están ansiosos de sacrificios; el Yahvé del antiguo testamento o el Huitzilopochtli azteca, hasta este Neptuno vengativo, nos recuerdan que solo se sacian si se les ofrece la sangre de inocentes. ¿Tanta necesidad ha tenido el ser humano de justificar sus crímenes como para crear las religiones en las que los dioses, que nos harían felices y a los que necesitamos como raza inteligente para salvarnos de nuestros errores y miedos, reclamaban sin cesar sacrificios inhumanos y criminales?. Pues parece que sí, pero puede que solo sea una necesidad épica del genio demiurgo no platónico, y que en efecto ese inocente, ese primogénito deba morir como Ifigenia hace ante Agamenón para que éste continuara su viaje a Troya y pudiera participar en la masiva matanza.

Idomeneotrata de una historia de desdichados. De los troyanos perdedores, del rey cretense que vuelve de la guerra troyana y que ofrece un sacrificio al dios Neptuno si le perdona la vida cuando está a punto de perecer bajo las olas de la tormenta, de los sufridores de un triángulo amoroso, pero también trata del poder de la concordia, de la solidaridad y del amor, como bálsamo de dichas desdichas. La música, como se ha expuesto anteriormente, se basta por sí misma, de tal manera que las más de tres horas de duración se escuchan con agrado y sin desear que concluya tal manifestación de hallazgos que Mozart utilizaría más tarde en sus posteriores composiciones.

ROBERT CARSEN

Robert Carsen, del cual hemos podido tener opinión en el reciente Das Rheingoldwagneriano, no sale del Real con esta nueva puesta en escena, la cual hace de la mano de Luis F. Carvalho. En este caso la arriesgada escenografía, con las referencias a las vallas y muros que tanto dividen y que tan de moda están, siendo incluso emergencia nacional para algún mandatario actual; con las referencias a los chalecos salvavidas tirados en las playas como recuerdo culpable de nuestras conciencias de la huida hacia delante de hordas de personas aplastadas por las miserias de sus países de origen; con la proyección de video de los desastres de la guerra sobre el fondo del escenario y con cada uno de los detalles que intentan situar la escena en el momento actual, acompañándola de un vestuario militar y colocando sobre las tablas a más gente de la que cabe, sí consigue en gran parte lo que busca y pretende, si bien no deja de presentar su dosis de dislexia en algunos momentos. Quizás lo que más pueda reprochársele a este montaje sea el hecho de que en determinados momentos la masificación de figurantes sobre las tablas dificulta la correcta y deseable recepción del canto, la cual no debería nunca sacrificarse a una supuesta estética escénica. Debe ser labor del director musical la disposición de las voces en el escenario y no del director de escena correspondiente. Pero dicho esto hay que remarcar escenas como la playa de chalecos rojos, o cuando se nos revela que el monstruo no es otro que el propio Idomeneo, con su inmensa sombra proyectada sobre el fondo o en el coro final cuando sucede algo tan caro a Mozart como es el hermanamiento de los que hasta hace un momento podían ser rivales o enemigos con la transformación de militares armados en hombres y mujeres que reniegan de esas armas.

LA INTERPRETACIÓN

La versión escuchada el pasado 20 de febrero responde a la versión de Viena de 1786 y fue interpretada por el segundo reparto que el Teatro Real ha dispuesto para las 9 representaciones que se llevarán a cabo hasta el 1 de marzo. El tenor Jeremy Ovenden, al que ya tuvimos ocasión de escuchar en la también mozartiana La clemenza di Tito, K. 621en 2016 en este mismo Coliseo, hace un Idomeneo claro, emotivo y de buena factura escénica. El papel de Idamante, escrito por el salzburgués para un contratenor está realizado en esta ocasión por un tenor, Anicio Zorzi Giustiniani, un tenor que ya me sorprendió hace 7 años en el papel de Torribio (Don Álvaro) en I due Figaro, de Saverio Mercadante (1795-1870). Expresivo, sin aspavientos y equilibrado hace una lectura del hijo real que no nos hace echar en falta al contratenor original. Mención especial merecen las dos voces femeninas protagonistas. Sabina Puértolas, soprano navarra, emociona en su papel de Ilia y Hulkar Sabirova, particularmente aplaudida por el público, imprime estupendamente los diversos caracteres de su personaje de Elettra, desde lo dramático, especialmente su primer y su último aria, hasta lo lírico e intimista como el aria Idol mio, se ritrosa.  Krystian Adam hace un Arbace correcto escénicamente pero sin demasiado brío en lo musical. El tenor Oliver Johston transmite con seguridad su breve papel de gran sacerdote de Neptuno ante el ara imaginada y las piras purificadoras. Por último destacar la suerte de poder disfrutar de nuevo del gran bajo Alexander Tsymbalyuk, al que escuchamos en un maravilloso Fafner en Das Rheingold, dispuesto en lo más alto del teatro de donde nos llegaba su poderoso canto eximiendo a Idomeneo de su sacrificio siempre que abdicase en su hijo y éste confiara su vida a Ilia. Miel sobre hojuelas, no podía acabar mejor.

Y a este buen resultado contribuyó sin duda la expresiva, potente y competente dirección de Ivor Bolton, músico que ya nos convención con su versión de Only the sound remains, de Kaija Saariaho (1952) y que en esta ocasión ha afianzado la buena sensación que dejó entonces. Competente ya sea en su lectura del siglo XVIII o del siglo XXI. En esta ocasión además fue el encargado de interpretar la parte del clave en los recitativos. La orquesta titular, la Orquesta Sinfónica de Madrid, hizo una versión de altura, consiguiendo una sonoridad y un color que mantenía el nivel durante toda su ejecución. Y el Coro Titular del Teatro Real sigue en la magnífica línea de los últimos tiempos gracias a una estupenda labor del argentino Andres Máspero. Tanto orquesta como coro recibieron fuertes ovaciones como reconocimiento.

En definitiva, esta coproducción de la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro dell’Opera di Roma, la Ópera Real Danesa de Copenhague y el Teatro Real de Madrid, nos ha traído, con este denominado segundo reparto, una versión de altura musical y escénica, aunque en este sentido se puede afinar más, de una ópera poco representada pero que constituye sin ninguna duda el mejor Mozart Eterno.

teatro-real.com

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